martes, 8 de julio de 2014

Ratas equilibristas con nocturnidad y alevosía

Cuando el día muere, sus hordas toman la ciudad. La noche alberga roedores, y ay de aquel que transite la vía pública sin una armadura con la conveniente inspección técnica. Días atrás, en torno las 22:30 horas, mi regia persona se encaminaba hacia mi gruta tras una larga jornada en el campo de batalla.

Con mi cabeza flotando sin rumbo determinado y aupada por mis pensamientos, no reparé en el grave peligro que me acechaba. En el momento fatal que bien pudo haber supuesto el fin de mis días, recorría una calle emplazada junto a un espacio polideportivo que en su parte colindante a la calle comprende pequeñas pistas de tenis. La vía está separada de esta zona por una hilera de cipreses y sobre todo por una valla metálica verde coronada por una alambrada.

Te declaro la guerra, ¡oh infame criatura!


Fiel a mi estilo ominoso, caminaba junto a la valla a pesar de la considerable anchura de la acera. Los cipreses me gritaban en un vano intento por alertarme de la presencia de Lucifer tras mi nuca, pero mi cuerpo estaba comandado por el piloto automático al tiempo que toda mi atención se concentraba en qué iba a llevarme al estómago en mi cena.

Una pequeña figura moviéndose por encima de la valla me llamó la atención. Paralizado por la sorpresa miré hacia arriba y advertí que la silueta en cuestión no era sino una rata que se desplazaba a velocidad ultrasónica. La alimaña sorteaba la alambrada con una maestría sin igual, y en menos de lo que se tarda en abrir un paquete de rosquilletas (maldito “abre fácil”) recorrió setenta metros de valla.  

Semejante monstruo había pasado a treinta centímetros de mi cabeza sin que mi sentido arácnido me advirtiera. ¡Una rata, nada menos! El animal más repugnante que existe sobre la faz de la tierra, símbolo de cobardía y racanería, había osado adelantarme por la derecha. “Cuando un barco se hunde, los primeros en abandonarlo son las ratas” Claramente huyó de mí como una rata asustada, pero tamaña afrenta no es fácil de digerir. Eran sólo las diez y media y el roedor iba correteando ya por las alturas.

Distribución de la Rattus rattus o rata negra.


No contenta con transportar la peste bubónica a Europa y aniquilar un tercio de su población, insatisfecha con estropear cosechas y alimentos almacenados (se estima que estos roedores agotan una quinta parte del suministro mundial de alimentos cada año), la maldita especie de las ratas continúa su particular invasión del mundo.

Son verdaderas máquinas de ocupación. Son ágiles, trepan y nadan muy bien, saltan, cavan, se orientan perfectamente en la oscuridad, cuentan con un oído y un olfato notables, son flexibles para introducirse en lugares angostos, son capaces de roer incluso tuberías, resisten las bajas temperaturas, muestran una gran capacidad de intimidación incluso hacia animales mucho mayores… Recristo, ¡si hasta son daltónicos, como Terminator! Para postre, su gestación dura tan sólo un mes, alcanzan la madurez sexual bien pronto y cada parto alumbra entre 5 y 22 individuos. Una plaga en toda regla.



Sólo unos bárbaros como los orientales pueden albergar una buena opinión sobre estas bestias. La consideración de animales “creativos, honestos y generosos” para los chinos y el hecho de que son venerados en algunas zonas de la India, constituyen la prueba definitiva para confirmar la inferioridad de tales ‘civilizaciones’.

Las ciudades son un hábitat idóneo para estos seres. Espacios pequeños y calientes para vivir y procrear, comida y basura en abundancia… Ya va siendo hora de contratar al flautista de Hamelín. Por el momento, los intentos de envenenar a tan molesta plaga han sido contraproducentes. Muchas ratas mueren, pero las que sobreviven gozan de la falta de competencia para reproducirse y expandien sus genes resistentes a la ponzoña. Desde ratas gigantes al fenómeno del Rey de las ratas, está claro que queda todavía mucho por hacer para eliminar a esta raza de profanadores de queso. ¡No bajemos los brazos!

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