Pocas cosas me inspiran tanta repulsión como la impostura intelectual. La utilización de la literatura con fines pretenciosos suele engendrar libros infames que se instalan para la eternidad en los altares de los pedantes. Escribir un libro vulnerando a propósito las normas de la estructura del discurso es una de las principales vías para alcanzar la admiración de los culturetas. Vomitar pensamientos incoherentes y faltos de interés en largas parrafadas (superiores a una página en ocasiones) ya supone un efecto llamada a los palurdos que otorgan premios. También podemos ahorrarnos los guiones y las comillas y poner diálogos en frases seguidas, así el lector podrá perder el tiempo interpretando quién dice qué.
Ayer finalicé (¡por fin!) Barrio de Maravillas (1976), una novela de Rosa Chacel harto indigesta. Narra la historia de dos niñas repelentes en el Madrid de principios del siglo XX. Básicamente plasma en primera persona las preocupaciones de una de estas niñas (al parecer hay ciertos tintes autobiográficos en la novela), y eso sería estupendo si hiciera cosas fuera de lo común y no fuera tan insoportable. Insoportable ella e insoportable también su pandilla de amigas, entre las que se encuentra una tal Piedita. Diantre, cada vez que leía semejante mierda de nombre se me corroían las entrañas. Detesto los nombres que surgen a imitación de palabras (en este caso Piedad), actitud acentuada si se emplea un diminutivo. Por cierto, desde aquí concedo el Galardón a los Pésimos Padres para aquellos individuos que bautizan a su progenie con nombres tales como Dolores o Angustias. Hace falta ser hijo de Caín para cargar a una persona con semejante estigma.
La cuestión es que las divagaciones sobre aspectos de la realidad y también de la irrealidad que aparecen en Barrio de Maravillas no pueden ser más pedantes y HUECAS. Cháchara barata, verborrea gratuita, puta mierda. No se dice nada interesante en todo el jodido libro. Las niñas van al zoo, van al museo, juegan, bordan... parece un condenado diario de una niña nada especial. Y dado que no se dice nada especial, no entiendo cómo se puede publicar semejante porquería y encima que se le otorgue prestigio. También hay referencias en retrospección a la vida de la madre de una de estas criaturas, pero conforme vas pasando de página se hace todo tan denso, tan borroso, tan... ABURRIDO... que te importa un carajo quién es quién y qué fue de su vida. Un libro con estas características no puede ser un buen libro, y mucho menos una obra a tener en cuenta. No es mi intención sembrar el pánico entre mis lectores de pdf, pero resulta que Barrio de Maravillas es la primera entrega de una trilogía. ¡Rayas y centollos! Trataré de alejarme cual ave migratoria de la producción literaria de la señora Chacel, a quien no responsabilizo del 'éxito' de sus escritos. Cada uno es libre de escribir lo que le plazca, y cuando se le reconocen méritos inmerecidos a alguien la culpa probablemente no sea suya.
Ya que hoy estoy parlanchín, voy a citar un par de ejemplos más de esta corriente pseudoliteraria que tanta imbecilidad ha despertado. Juan Benet escribió obras de muy variados géneros, entre ellos la novela y el cuento. Uno de los grandes escritores del siglo XX según los 'entendidos'. Pues bien, uno coge uno de sus libritos y se encuentra con una longaniza interminable y apelmazada. Este señor no conocía el punto y aparte, hecho por el que deberían haberle suspendido en Lengua y Literatura hasta su marcha a la sepultura. No es posible que un libro en el que no haya párrafos esté bien escrito. El tipo inserta una frase detrás de otra, como los niños pequeños adictos al Cola Cado. Y así nos topamos con Volverás a región (1967), vaya un título optimista. Lo cierto es que a esa mierda de sitio no vuelvo ni aunque pongan un Leroy Merlin.
Vamos ahora con un peso pesado, el paradigma de la impostura intelectual: el Ulises de James Joyce. Si existe un imán para los pedantes y pseudointelectuales es esta 'novela'. La gracia del asunto es que se trata de una basura inmunda de libro, y quienes afirman con orgullo y satisfacción haberlo leído y disfrutado están proclamando lo analfabetos y pendejos que son. Se da el caso, además, de que muchos de los que sostienen que es su libro predilecto y se dan aires de eruditos ni siquiera han pasado de la página 50. Y esto es normal, porque la vida es demasiado corta para perder el tiempo leyendo una broma interminable. Luego están los idiotas que van interpretando las majaderías que se cuentan en el libro para compararlas a la Odisea y otras obras clásicas como si fuesen de la Cábala. De la misma forma que un chiste que tiene que ser explicado, no es un buen chiste, una novela que necesita de interpretaciones para entenderla, no es una buena novela. Es como uno de esos cuadros abstractos.
Admitámoslo de una vez: el Ulises de Joyce es un zurullo restregado a lo largo de mil páginas. Si fueran sólo 200 o 300 páginas, sería interesante el experimento de plasmar pensamientos, recuerdos y percepciones, pero hay más relleno postizo que en la caja de Leoncios de Hacendado.
Y no soy yo precisamente un tipo aferrado a las normas clásicas de la literatura. De hecho me gustan las innovaciones y las extravagancias, pero sé diferenciarlas de las tomaduras de pelo. A mí me encanta la obra de Franz Kafka, por ejemplo, y reconozco que el tipo debería haber compartido pupitre con Joyce toda su vida, porque también cometía un error imperdonable para un escritor: no sabía terminar sus historias. De Kafka me gusta su habilidad para crear unas atmósferas desasosegantes que se tornan más enfermizas conforme vas pasando de página. Y generalmente los arranques de sus cuentos y novelas son brillantes: impactan e incitan al lector a seguir adelante. Pero pronto todo se complica de tal forma que se llega a contradicciones, y uno tiene la sensación de leer los desvaríos de un trastornado mental.
Supongo que podría haber suprimido los puntos y aparte de esta entrada y ponerlo todo junto. La reacción más común sería "y una higa me voy a leer yo esto", pero siempre habría un cenutrio admirado por las deficiencias de mi prosa. Ya bastante preocupación siento por haber construido párrafos tan largos como para intentar perjudicar la vista y la mente de los demás.
Admitámoslo de una vez: el Ulises de Joyce es un zurullo restregado a lo largo de mil páginas. Si fueran sólo 200 o 300 páginas, sería interesante el experimento de plasmar pensamientos, recuerdos y percepciones, pero hay más relleno postizo que en la caja de Leoncios de Hacendado.
Monroe logró leerlo entero. Ya sabemos cómo acabó ella. |
Y no soy yo precisamente un tipo aferrado a las normas clásicas de la literatura. De hecho me gustan las innovaciones y las extravagancias, pero sé diferenciarlas de las tomaduras de pelo. A mí me encanta la obra de Franz Kafka, por ejemplo, y reconozco que el tipo debería haber compartido pupitre con Joyce toda su vida, porque también cometía un error imperdonable para un escritor: no sabía terminar sus historias. De Kafka me gusta su habilidad para crear unas atmósferas desasosegantes que se tornan más enfermizas conforme vas pasando de página. Y generalmente los arranques de sus cuentos y novelas son brillantes: impactan e incitan al lector a seguir adelante. Pero pronto todo se complica de tal forma que se llega a contradicciones, y uno tiene la sensación de leer los desvaríos de un trastornado mental.
Supongo que podría haber suprimido los puntos y aparte de esta entrada y ponerlo todo junto. La reacción más común sería "y una higa me voy a leer yo esto", pero siempre habría un cenutrio admirado por las deficiencias de mi prosa. Ya bastante preocupación siento por haber construido párrafos tan largos como para intentar perjudicar la vista y la mente de los demás.
Si alguien quiere entender lo que se lee en la novela, ha de leer la traducción del señor Valverde conjuntamente con el libro “El Ulises de Joyce visto por un desocupado”, que ofrece una visión desenfada e inteligible de ese exceso literario. Todas las preguntas que el lector puede hacerse ante el sinnúmero de ininteligibilidades, embrollos y enredos que se presentan en este libro: ¿Quién es ese?¿Qué quiere decir eso? ¿Por qué lo dice? ¿Habla el narrador (Joyce) o el personaje? ¿A qué se refiere esta frase? ¿Pero no se estaba hablando de esto? ¿Cómo es que se entiende otra cosa? ¿Y a qué viene esto aquí? ¿No se habrán olvidado de poner una coma ahí? ¿Cómo es que al cruzar un puente sobre un río queda uno en la misma orilla? Pero en este párrafo ¿se vive una realidad o se trata de un recuerdo? ¿Cómo es que se sale de una habitación entrando en ella? ¿Cómo es que suena (cruje) la puerta de un despacho si el personaje ha entrado en otro? ¿Pero cómo el abogado defensor puede ser el asesino? ¿Y…? ¿Y…? Me atrevería a decir que no queda ninguna pregunta sin contestar, por eso el libro de que hablo tiene cerca de mil trescientas páginas.
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