domingo, 8 de diciembre de 2013

El olor de la lluvia

Si tuviera que escoger un olor, sería el de la tierra recibiendo a la lluvia. No hay ninguna fragancia natural o sintética que transmita tan elevado grado de paz. Además, viene precedido por un fenómeno tan espectacular, y normalmente tan ninguneado, como es una tormenta. La bóveda azulada queda oculta tras un velo blanquecino en movimiento que amenaza con iniciar el bombardeo en cualquier momento. 

¿A quién de vosotros, pese a vuestro insano hábito a esnifar todo tipo de polvos, no le agrada sentir cómo la nariz se embota de esta manera? Y lo que es más interesante, ¿de dónde procede el comúnmente denominado "olor de la lluvia"?




Este embriagador aroma lo genera, entre otras bacterias, la Streptomyces coelicolor, común en los suelos de todo el mundo. En el momento en el que llueve, las bacterias liberan una sustancia química denominada geosmina (en griego, "aroma de la tierra"). La intensidad del olor es proporcional a la sequía previa.

Numerosos seres vivos, entre ellos los humanos, son sensibles a este olor. De hecho, es gracias a la geosmina que los camellos sepan dónde hallar agua en medio del desierto a muchos kilómetros de distancia. Algunas plantas del Amazonas, por su parte, imitan esta fragancia para atraer insectos y ser así polinizadas.

Más o menos ésta sería la función biológica de la geosmina: atraer a los animales para que husmeen y diseminen las esporas de las bacterias allá donde vayan. Esto explica la amplia propagación de los Streptomyces.

La susodicha bacteria.


¿Y por qué nos gusta tanto a los seres humanos? Según algunas investigaciones científicas, se trata de un instinto. Al parecer, nuestros antepasados recurrían a la geosmina para encontrar el agua necesaria para su supervivencia. Al más puro estilo camello del Gobi, vaya.

Ahora que ya sabéis una cosa más, planteo un debate muy grato para el olfato. Alguien dijo una vez: "en el fondo, a cada cual le gusta el olor de su propia mierda". ¿Es esto verdad? Ciertamente yo me llevo a la boca el fruto de mi vientre, pero no he reparado en su aroma.

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