Pocos lugares hay en el planeta Tierra en los que me sienta más a gusto que en las librerías. El tiempo se detiene mientras repaso parsimoniosamente pasillos con cientos de volúmenes llenos de sabiduría o esparcimiento a la espera de que alguien los tome en sus manos. El olor a papel, familiar y extrañamente embriagador, lo envuelve todo y me coloca en éxtasis.
Y en ese preciso momento en el que mis pies ya no tocan el suelo es cuando la voz de una palurda me devuelve al suelo con gran dolor: "Mira, Umberto Eco... eco, eco... eco...". En mi interior se produce un horror vacui de furia que me llega hasta las puntas del cabello. "Jajaja, sí, sí, eco, eco", responde otra criatura cuyo cráneo alberga una masa fofa y negruzca. No transcurre ni medio segundo y mi mangual ya se ha estampado en el rostro de la primera bastarda, salpicando a la otra de sangre y porquerías varias.
La segunda alimaña comienza a dar cortos pasos hacia atrás mientras implora mi clemencia, pero no la recibirá, las cartas están echadas y el buzón cerrado a cal y canto. El mangual gira sobre mi enervada testa al tiempo que me adelanto lentamente. La herramienta se vuelve a teñir de carmesí y corta en seco los lloriqueos de la plebeya.
Me sacudo la capa con ímpetu y me dirijo a la salida a paso imperial, abriéndome paso entre el vulgo que se deshace en las debidas reverencias a su rey. A mi izquierda vislumbro un rótulo que dictamina: "Los más vendidos", y me detengo a echar un vistazo. Colosal es mi asombro al encontrar bajo el cartel una decena de libros a cada cual más bizarro.
—Oye, tunante —le increpo a un empleado de la librería—, ¿dónde diantre están las sagradas escrituras".
—¿Eh? ¿Cómo decís, Majestad?
Le agarro por el cuello con una mano mientras abofeteo su cara con la otra.
—¡La Biblia, maldito estúpido! ¿Dónde está el sacrosanto texto en este escalafón endemoniado?
—Pero Alteza —replica azorado—, la Biblia apenas se vende en estos tiempos.
—¿Cómo te atreves, basura? ¡Apártate! —y lo lanzo contra el escaparate con gran estruendo de cristales rotos.
Mis ojos recorren una vez más las obras más compradas por la clientela de la librería, y decido tomar una al azar. Deposito mi sanguinolento mangual en el suelo, y abro el códice. Pardiez, se trata casi de un libro de autoayuda, y el responsable de esta porquería es un famosete de la televisión. La demencia me arrebata por unos instantes, de modo que recojo el mangual y emprendo un molinillo hacia delante con él. Pulverizo los ejemplares, la estantería y hasta la pared del edificio, abriendo un boquete hasta el establecimiento contiguo, una zapatería. "Buenos días", y me salgo a la calle por fin.
De camino a mi palacio me topo con esperpentos de todos los colores. Dos taxistas discuten a voces ante el estupor de un grupo de turistas. "Te voy a dar un guantazo que me cago en todos tus muertos [sic]", amenaza uno.
Sigo adelante con mi paseíto, y escucho la sorprendente afirmación de un individuo: "Que sí, tío, que lo he leído en la radio". Por Odín y por todos los convidados del Valhalla... ¿qué le está pasando a mi reino?
Ya estoy arribando a mi morada cuando paso por delante de una casa en la que no funciona el timbre. Un niño llama a gritos a su madre para quejarse de que su hermana hace algo inapropiado. Se oye un rugido terrible y bilingüe a través de la ventana: "Me cague en Déu, me cago en Dios". La bruja se asoma y lanza una retahíla de imprecaciones que se escuchan en dos leguas a la redonda.
Creo que ya lo he visto y oído todo por hoy cuando por fin cruzo el foso de mi castillo y cierro la puerta tras de mí. Entonces escucho cómo se detiene un coche en la calle y emerge de él un individuo que libera un eructo que resuena por todo el vecindario.
Empuño de nuevo el mangual y salgo a impartir justicia. Esto no puede quedar así.
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