viernes, 14 de noviembre de 2014

Lo que el agua trajo

La lluvia, en mi tierra, es todo un acontecimiento. Concede otro rostro al paisaje conocido, abriga el cielo con algodón, y añade reflejos al pavimento. La gente no permanece, ni mucho menos, indiferente a tal cambio. Hay una histeria colectiva por esquivar los charcos y reducir al mínimo tiempo posible la exposición a las gotas de agua, no vaya a ser que se lavaen más de tres veces al año.

En las grandes ciudades, además, se produce un fenómeno bastante desagradable. Las alcantarillas se inundan y las ratas tratan de salir a la superficie para evitar el ahogamiento. Así es como el transporte público se infecta con gentuza del más rebajado jaez. En esas ocasiones es cuando descubres que el Estado no se digna a limpiar detrás de la nevera durante años, y al retirarla se descubre toda la mierda gestada en tan oscuro rincón.

¡Apártense!


Hace un par de días la urbe que habito fue anegada durante horas por las precipitaciones. Me monté en el autobús, como de costumbre, y allí dentro detecté dos jóvenes parásitos antropomorfos. Hablaban casi a gritos, por lo que huir de su afrentosa cháchara no era más que un sueño irrealizable. Ahí estaban, macho y hembra, dos especímenes idénticos a los que aparecen en ciertos programas de telebasura.

Ambos hablaban igual y de los mismos temas que en dichos contenidos televisivos. Probablemente se conocían hace poco y decidieron profundizar en el conocimiento mutuo. El ente masculino dijo algo así como "a, ver, nena, véndete", y la criatura femenina le respondió con una descripción de sí misma en la que halagaba sus 'puntos fuertes'.

Aquello me pareció tan primitivo y a la vez tan degradante que hube de apearme un par de paradas antes de lo previsto. Pasear bajo un paraguas siempre ha sido de mi agrado, pero en aquel momento tan sólo podía pensar en la horripilante posibilidad de que la escoria que acaba de atormentarme se reprodujera, dando lugar a una prole infecta en la que no habría lugar a error: las crías serían como sus padres.

Tanta preocupación por el ébola y el enemigo ya lo teníamos en casa. Imaginaos oleadas de garrulos tomando al asalto todos los edificios y medios de transporte. Su palique tóxico vencería la resistencia de cualquier humano corriente. No podemos permitir tal espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas. ¡Es hora de actuar!

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