miércoles, 28 de mayo de 2014

Podredumbre en los escaños

Detecto un ambiente de cierta euforia en la sociedad española tras las elecciones al Parlamento europeo. Hablan de descalabro, batacazo o desmoronamiento del bipartidismo, dejando en el tintero un análisis un poco más profundo del asunto.

Podríamos empezar afirmando que en torno a siete millones y medio de españoles tienen derecho a voto pese a padecer graves daños cerebrales. Tras décadas de desmanes y corrupción, los partidos más votados siguen siendo los que cuentan con más imputados. Cierto es que ambas formaciones "suman sólo la mitad de los votos". La mitad, recalco. Incluso los dirigentes del PP y del PSOE han hablado públicamente de buscar una alianza para salvarnos de las garras de los partidos pequeños, "extremistas y populistas".




Se supone que el sistema de turno de gobiernos sustentado en unos votantes borregos está en crisis a la vista de los resultados. Hasta ahora, el método ha sido simple y efectivo: dos grandes partidos sectarios que fingen ser la antítesis uno del otro y transforman la democracia en un funesto juego dialéctico del "y tú más" en el que palurdos y analfabetos como Cañete y Valenciano compiten por hacer el ridículo más estrepitoso. Utilizan como armas arrojadizas temas en los que ya debería haber consenso, como es el caso del aborto (¿por qué no dejan el asunto en manos de los médicos?) mientras se dedican a perpetuar los privilegios de los multimillonarios y los de su propia casta.

A la sociedad española eso de formar dos bandos multitudinarios enfrentados le gusta mucho, no hay más que ver la masa de gente que se apunta al Real Madrid o al Barcelona pasando por alto todos los males que estos dos equipos generan: la explotación de los más débiles, la burbuja de los precios de los jugadores, las deudas millonarias, la evasión de impuestos, la prepotencia... Un fiel reflejo de lo que viene siendo la política, y por eso no es de extrañar que TVE estuviera cubriendo la importantísima celebración de la Décima en pleno recuento de votos.

La válvula de escape a tanta majadería venía siendo Izquierda Unida (que ha pasado a ser Izquierda Hundida), un clan de hipócritas con un lenguaje desfasado y cuya actividad se reduce a criticar todo lo que hacen los dos grandes partidos sin aportar soluciones. Los halagos hacia gobiernos como el de Venezuela o el régimen de Castro por parte de algunos de sus miembros despejan toda duda posible sobre el jaez de este grupo político.

La pérdida de fuelle por parte de PP y PSOE ha motivado la aparición de otras agrupaciones que pretenden "renovar la democracia". Y eso sería creíble si no fuera porque están compuestos por gente que procede de esos mismos partidos. Un nuevo disfraz y un discurso ambiguo, nada más. En caso de que se produzca el hundimiento de socialistas y populares, ya sabemos adónde migrarán sus señorías.

La sensación de las elecciones ha sido Podemos, una formación construida en torno al personalismo de su líder y potenciada gracias a la campaña propagandística de La Sexta. Cualquiera que participe en un debate con personajes de la calaña de Marhuenda o Inda destacaría tanto por inteligencia como por humanismo. Me gustaría pensar que la gente que ha depositado su cofianza en Podemos se ha leído su programa electoral, que contiene algún que otro despropósito, pero sé que no es así. Pablo Iglesias es pues una nueva figura irreprochable.

Otra parte de la población está enfrascada en los nacionalismos, que ya sean centralistas o periféricos constituyen uno de los máximos exponentes de la estupidez humana. Líneas sobre un mapa y trapos de colorines reemplazan las cuestiones verdaderamente importantes para una ciudadanía gregaria e incapaz de identificar sus propios intereses.

Y es que se presentaron a las elecciones 39 agrupaciones, algunas de las cuales defendían causas por separado como la lucha contra el maltrato animal, la atención hacia los discapacitados y los dolientes de enfermedades raras o la libertad de internet.

Más allá de todo lo expuesto, estas carísimas elecciones en realidad no sirven más que para escoger quién se va a quedar dietas y sueldos indecentes. En los comicios que importen de verdad, los generales, el voto no será tan diversificado debido al estúpido temor de la gente a que ganen "los otros". Los siete millones y medio de idiotas se duplicarán para enterrar el país mientras la mitad de la población con derecho a voto prescindirá de levantarse del puto sofá para evitarlo. A estas alturas todavía hay personas convencidas de que la solución a la cleptocracia es no votar. Ver para creer.

¿Tenemos pues lo que nos merecemos? Rotundamente no. Estoy harto de que me representen alimañas egoístas sin preparación alguna y que algo tan capital como la política se haya reducido al "y tú más" por la colaboración de unos medios de comunicación prostituidos y de unos ciudadanos apáticos y autodestructivos. Qué decadente es todo.

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