¡Jarana, jarana, jarana! Mis supositorios de sapiencia han llegado a la nada desdeñable cifra de trescientos. Qué amables han sido los doctores hasta ahora, permitiéndome el acceso a una computadora. Mi júbilo es tan colosal que me salen rimas de forma accidental.
No se pierdan el siguiente fragmento de la historia de esta humilde gruta del saber:
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