"El mundo no es un espectáculo, es un campo de batalla". Estas palabras fueron dichas por un político italiano del siglo XIX llamado Giuseppe Mazzini, y vaya si tenía razón. La masa humana se abre paso a golpes como el furioso oleaje del inodoro originado por la caída de deposiciones fecales. Ya no hay amor por el prójimo ni respeto por el semejante.
El otro día aguardaba impertérrito la aparición del tren metropolitano subterráneo. Mi limusina estaba en el taller, y mi chófer, expuesto en el zoológico. Mi mente vagaba libremente y con agilidad al tiempo que mi escultural cuerpo permanecía plantado cual estatua. Y hete aquí que un invidente se me acerca blandiendo su bastón y me golpea en la pierna con él. Cualquier individuo de intelecto averiado le habría reprendido con un "¡Mira por dónde vas!". Mas no yo, un caballero de los pies a la cabeza con un extremado tacto.
El presunto ciego, tras haberme atacado con un golpe bajo, tuvo la osadía de dejar escapar una risita y pedirme disculpas. Si no lo veo, no lo creo. ¡Pues no se reía el tipo en mi propio gepeto después de haberme zurrado! Le dije algo así como que no tenía importancia, ¡pero vaya si la tenía! Ojos que no ven, bastonazo que te llevas.
Visto lo visto, cuando uno sale del castillo ha de andar con pies de plomo. Ayer mismo, un hombre en silla de ruedas casi me atropella. ¿Simple casualidad o pérfida conspiración? Estaba apostado en mitad de la acera, mirando a la calle. ¿Los motivos? Los desconozco. Yo traté de sortearlo por su espalda, ya que por delante de él apenas había acera, y justo entonces retrocedió bruscamente. Demonios, si mi velocidad no fuese tres veces mayor que la de la luz, ahí me tendríais tirado en la calle con un tobillo torcido y pasto de los gérmenes.
Algo se está cociendo, y no precisamente una quiche de calabacín. Mis sospechas apuntan a mi archienemigo mortal Weinart. Dentro de poco recibirás tu merecido, canalla. Veremos si sigues enviándome matones camuflados.
Visto lo visto, cuando uno sale del castillo ha de andar con pies de plomo. Ayer mismo, un hombre en silla de ruedas casi me atropella. ¿Simple casualidad o pérfida conspiración? Estaba apostado en mitad de la acera, mirando a la calle. ¿Los motivos? Los desconozco. Yo traté de sortearlo por su espalda, ya que por delante de él apenas había acera, y justo entonces retrocedió bruscamente. Demonios, si mi velocidad no fuese tres veces mayor que la de la luz, ahí me tendríais tirado en la calle con un tobillo torcido y pasto de los gérmenes.
Algo se está cociendo, y no precisamente una quiche de calabacín. Mis sospechas apuntan a mi archienemigo mortal Weinart. Dentro de poco recibirás tu merecido, canalla. Veremos si sigues enviándome matones camuflados.
Weinart. |
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