martes, 17 de junio de 2014

Aunque el bodrio se vista de seda...

El diablo viste de Prada


El negocio de la moda es probablemente, de todos los grandes negocios, el más ridículo y repulsivo. Creación y difusión de estereotipos, potenciación de la anorexia y los desórdenes alimenticios, veneración del consumismo, masacre de animales para la obtención de pieles... Por todo ello, cualquier crítica que reciba este mundillo es siempre bienvenida. Uno podría pensar que éste es el caso de El diablo viste de Prada (2006), y caería así en un error y en la pérdida de tiempo.

Andrea Sachs, una desaliñada joven recién graduada en periodismo, acude a una entrevista de trabajo para la revista Runway, publicación de moda más influyente del mundo. Contra todo pronóstico, Andrea es contratada como ayudante de Miranda Prestly, una tirana extremadamente exigente con sus empleados. La joven tratará de abrirse camino en la industria periodística de Nueva York sabiendo que complacer a su jefa será el mayor reto de su vida.

Trabajar para el despiadado personaje de Streep es venderle tu alma.


David Frankel, que ha dirigido más series de televisión que películas (Una pareja de tres, Si de verdad quieres), es el realizador de esta supuesta comedia que adapta una novela inspirada en Anna Wintour, directora de la edición estadounidense de la revista Vogue.

Anne Hathaway es la protagonista de esta presunta comedia que, lejos de hacer gracia o entretener, aburre. Su personaje es tan insulso y carente de personalidad que cualquier otro actor con el que comparte pantalla le arrebata toda la atención. Su vida privada repleta de tópicos carece de interés, y es tan irritante que hasta le toma cariño a todos los que intentan hacerle la vida imposible.

Las bases del argumento están ya muy manidas: joven desastrada que se instala en la gran ciudad y se convierte en un exitoso icono, anteponiendo su ambición a las relaciones personales. Casi todo es previsible, aunque el tramo final es con diferencia lo peor. El diablo viste de Prada se reserva unas barbaridades de gran calibre como que alguien que acaba de terminar sus estudios vaya a trabajar para una gran revista, o que un periodista se lea dos reportajes suyos y la intente enchufar en otra gran revista. Qué optimismo destilaba el cine precrisis económica.

Tucci es el mentor de turno en esta ocasión.


En cualquier caso, es Meryl Streep en la piel del despótico personaje quien se lleva todas las miradas. Su Miranda Prestly es odiosa, egocéntrica, impaciente, algo así como una Cruella de Vil contenida. Quiere cosas imposibles y las quiere ya. Exige a sus ayudantes que estén dispuestas 24 horas del día siete días a la semana. Desafortunadamente, no hay nadie que le pare los pies.

Otros secundarios como Stanley Tucci o Emily Blunt dan lustre al filme. El primero ejerce de mentor de Andrea, un oasis de humanidad en el desierto sectario que es la revista Runway. La segunda interpreta a una compañera trepa y obsesionada con la moda.



Al margen de que no sea una buena película desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, siempre nos quedará la presumible crítica. Pues bien, ni eso nos concede la cinta de Frankel. Las actrices mencionan marcas de ropa gratuitamente (el título del filme es el colmo) y desfilan con un centenar de vestiditos ridículos (algunos dignos de prostitutas portuarias) y bolsos de 2.000 dólares al tiempo que muestran su obsesión por las tallas. Que se nos intente hacer creer que Hathaway “no está delgada”, afirmación que incluso sostiene ella misma, es completamente absurdo.

El diablo viste de Prada es un tremendo fraude al ritmo de música pop que ni entretiene, ni tiene momentos cómicos ni manifiesta reproches. Las comparaciones con la anárquica y descacharrante Zoolander son demoledoras.


Puntuación: 3


T.O.: The Devil Wears Prada / EE.UU. / 2006 / Dirección: David Frankel / Elenco: Anne Hathaway, Meryl Streep, Stanley Tucci, Emily Blunt, Simon Baker / Género: Comedia / Duración: 111 minutos

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