viernes, 17 de enero de 2014

El problema son los de arriba

En el campo tienen gallos para despertarse por las mañanas; en la ciudad, tenemos vecinos. Después de una larga noche patrullando las calles y luciendo mi capa, esperaba poder dormir un poco. Un deseo tan simple de conceder se frustra en el momento en el que la medicación deja de estar incluida en la seguridad social. La gente es tan rácana que prefiere acuchillar a las abuelas por no pagarse sus pastillas para los trastornos mentales, pero también es tan avariciosa de acumular fármacos aunque no los vaya a consumir si éstos le resultan gratuitos.

Bueno, pues esta mañana, bien temprano, estaba echado sobre mi tálamo cual monarca tras la victoria en el campo de batalla. Poco después de caer en los brazos de Morfeo (maldito violador), un estruendo procedente del techo de mi cámara me hizo dar tal salto que casi me caí de la cama. Una bruja se puso a gritar cual perro al que pisas el rabo por accidente. De su pozo séptico no emergían palabras inteligibles, sino chillidos histéricos tipo "¡¡AAAAAAAH!!" "¡¡WOOOOOOO!!". Llevéme las manos a la testa y contestéle con firmeza "¡CÁLLESE!", mas fue en vano.




La tipa arrastró una silla como si de un cadáver se tratase y se encaramó a ella, por lo que deduje que había avistado algún animal o bichejo al que tenía fobia. Un ratón, una cucaracha, una araña o tal vez un espejo, maldito vástago deletéreo de Lucifer. Ya sabemos que en el arca de Noé no se vetó la entrada a nadie. A mis mientes acudió la ridícula imagen de las películas en las que una cocinera gorda se sube a una minúscula silla que no revienta sólo por la gracia del Señor.

La actuación no tuvo aquí su punto final, puesto que, armada de un trapo o una prenda (mi fino oído me revelaba estos detalles, oh hermanos) iba repartiendo golpes a diestro y siniestro. A estas alturas, mi cabeza era pasto de la migraña. Maldecía en holandés como un marinero de pata de palo, pero mi extenuación era tal que no pude levantarme. Ich konnte nicht aufstehen, meine Brüder.

Entre voces de chiflada me puse a reflexionar. ¿Por qué el común de las mujeres grita ante el peligro (si es que podemos llamar peligro a un insecto errabundo) instintivamente? ¿Para que vengan otros a hacerles el trabajo sucio? ¡Qué débil es la raza humana en ocasiones! Si llega a colársele un conejo en la casa a mi vecina, no sé qué habría hecho.


Entre el caballero del taladro y la miedosa ésta, voy apañado.

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