lunes, 18 de julio de 2011

Buenas maneras II: "He dicho"

Pocas expresiones concentran tanta pretenciosidad como el "he dicho". Este par de palabras suelen situarse al término de la intervención de un pedante, y nosotros, de verbo conciso y sincero, nos preguntamos cuál es su verdadera utilidad:
a) Fórmula para que los compañeros de conversación despierten del letargo.
b) Fórmula para recalcar la propia autoría de la disertación del señor plasta, no vaya a ser que creamos que acaba de recitar un discurso de algún filósofo olvidado y pretenda atribuírsela.
c) Fórmula para que el parlante pueda declarar al mundo lo insufrible y ridículo que es.

Ciertamente, hermanos, podemos deducir que la verdad reside en la mezcla de las tres posibles respuestas.



A continuación tenemos un ejemplo. Si lo entiendes no dudes en explicármelo en un comentario.
“A la restitutio in integrum religiosa que conduce a la inmortalidad le corresponde una restitutio in integrum mundana que a su vez conduce a la eternidad de un ocaso; siendo por su parte la felicidad ritmo de eso mundano eternamente efímero, pero uno efímero en su totalidad, en su totalidad espacial y temporal, a saber, el ritmo de la naturaleza mesiánica. Pues la naturaleza es sin duda mesiánica desde su condición efímera eterna y total. He dicho."

El "he dicho" parece descender del latino "dixi", que cumplía con las mismas funciones. Basta con pensar durante un breve instante en los diálogos de besugos que se producían en el Senado romano para comprender que la pedantería es una enfermedad muy antigua a la que todavía no se le ha hallado la cura.

Y es que, pese a que el "he dicho" esté en desuso en la actualidad, de vez en cuando algún rancio personaje televisivo tocado con pajarita lo utiliza con no poca satisfacción. He tenido que instalar un limpiaparabrisas en mi televisor para limpiar el vómito que arrojo en ocasiones como ésa.

Juzgo que éste es un buen momento para narrar, si bien incidiendo poco en los detalles, un célebre suceso relacionado con la lección didáctica de hoy. Corría el año 1724 cuando en España reinaba el joven Luis I. En un banquete presidido por el monarca, lo más selecto de la Corte estaba presente. El conde de Aranda, conocido por su pedantería, solicitó el permiso del rey para "decir unas palabras". Cuál sería la sorpresa de todos, cuando el conde habló durante 45 minutos acerca de la munificencia y grandeza de Luis I. Al terminar su jaquecosa ristra de elogios, sentenció su intervención con un rotundo "he dicho". El monarca, fatigado por el eterno discurso de su vasallo, declaró: "Jamás había escuchado una flatulencia tan prolongada en el tiempo". Huelga mencionar que la concurrencia estalló en sonoras carcajadas y el conde de Aranda jamás fue invitado a convite alguno en la Corte. Pocos meses reinó Luis I, pero bastaron para edificar otro de los pilares para la creación de la ciencia de las buenas maneras.

A modo de crítica constructiva, propongo que a todos aquellos que emplean el "he dicho" se les corte la lengua, pues han dado a entender que han concluido. Esperemos que sea para siempre.


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