La reencarnación es una creencia según la cual la esencia de una persona vive en diversos cuerpos materiales sucesivamente a lo largo del tiempo. Es decir, que el alma cambia de cuerpo como tú te cambias de sábanas (cada ochenta años).
Según religiones como el hinduismo, el estado en el que renace el alma está determinado por sus buenas o malas acciones realizadas en anteriores encarnaciones. Así, las almas de los maleantes renacen en cuerpos con menor calidad de vida (a veces incluso en animales y bichos de la más baja estofa). Se trata del famoso karma, palabro que los pseudointelectuales no dudan en sacar a la luz para dárselas de interesantes en las fiestas mientras van tragando canapés a ritmo de Bee Gees.
Quizá el argumento empírico más recurrente para defender esta postura metafísica sea el hecho de que muchas personas recuerdan en ocasiones experiencias "de sus vidas anteriores". Oh, vaya, ahora parece ser que cualquier mamarrachada que nos sugiera la imaginación va a ser cierta. Pues aún estoy esperando a que Max von Sydow me masajee las pezuñas.
Por contra, el alegato que se suele aportar para desmontar la teoría de la reencarnación es el numérico. Teniendo en cuenta que actualmente hay cerca de 7.000 millones de personas en el mundo, difícilmente salen las cuentas respecto a épocas pasadas si asumimos que el ciclo de la reencarnación es inalterable, que no hay sala de espera. Es más, las perspectivas de futuro nos indican que habrá todavía más gente. Algo falla por aquí.
Pero por encima de estas discusiones de barbudos trasnochados con saris manchados de vino tinto, el Reverendo Weinor quisiera expresar una opinión personal. Tengo entendido que las religiones ofrecen respuestas a preguntas complejas (quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, por qué la mierda huele mal, etc.), pero con la reencarnación no sucede esto. Diría que la reencarnación plantea más preguntas que respuestas ofrece. Se llega a un punto en el que no sabemos ni quién carajo somos, y lo que es peor, pagamos por algo que no recordamos haber hecho, por lo que no tenemos opción de enmendar las fechorías que cometimos en vidas anteriores. Y esto me parece un anti-karma, un error de principiante en el argumento de la novela vital.
Por otro lado, si el espíritu no aparece con nuestro nacimiento, ¿cuándo surgieron las almas? ¿quién las creó? ¿Y quién se encarga de ir juzgando al personal y reinsertarlo en los distintos cuerpos? Esto es más confuso que el reciclaje de envases.
Tampoco entiendo qué mierda de religión es aquélla en la que los vínculos que estrechas con otras personas no son eternos, pues según la reencarnación nos vamos uniendo a diferentes personas en distintas vidas. Qué poca decencia, oh hermanos.
En fin, culmino esta diatriba filosófica con una mordaz frasecilla de Paul Geraldy (su madre lo conocerá):
"Personalmente, yo solía creer en la reencarnación, pero eso era en una vida anterior."
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