Hermanos, doy génesis a una nueva sección para educar (domesticar) a los malos pencos y las malas pécoras que turban a las gentes de bien y paz con sus zafiedades imperdonables.
Hoy nos centraremos en uno de los tumores más malignos de las conversaciones, en concreto, la interjección "¿perdona?", previa a una intervención. Hay personas que son incapaces de participar en una conversación si no introducen con calzador la muletilla de marras antes. Y, pese a mi estoicismo, no puedo remediar que se me escape un gutural "argh" cada vez que algún descerebrado pronuncia la palabreja mágica.
Precursoras de la maldad. |
Veamos un ejemplo de este comportamiento infame:
- Las series de televisión españolas son una auténtica bazofia.
- ¿Perdona? Ya quisieran los yankis tener un guión como el de 'El barco'.
El "¿perdona?" en cuestión suele ir acompañado de un fiero gesto consistente en alzar el dedo índice de la mano emulando la acción de desenvainar una espada (ver fotografía anterior). Generalmente, el desgraciado que padece al compañero del "¿perdona?" corre el riesgo de perder un ojo. Tampoco es agradable el hecho de que a la grosera interjección suceda un comentario completamente disparatado (ver ejemplo previo).
A pesar de la inquina que me sugiere esta chusma, hay que decir en su defensa que, pese a lo indeseable de la palabra, no significa otra cosa que "pedir perdón", por lo que los sujetos del "¿perdona?":
a) Se disculpan por la propia interjección, sabedores de que es insoportable.
b) Se disculpan por la frase posterior a la interjección, sabedores de que es una gilipollez.
c) Se disculpan por ambas cosas.
d) No se disculpan por nada, simplemente son imbéciles.
Probablemente, la verdad sea un compendio de las cuatro respuestas.
Considero oportuno relatar muy sucintamente un episodio medieval de capital importancia para el asunto que en este día nos ocupa. Cuentan los libros que la esposa del duque de Medina Sidonia tenía la costumbre de decirle a su cónyuge: "¿perdonad?", alzando su mano. Pero un día, el noble, hastiado en extremo, desenvainando su luenga espada gritó: "¡No os perdono! ¡No tenéis perdón!", y de un raudo movimiento rebanó la testa de la duquesa. Podemos considerar este hecho histórico como uno de los factores que propiciaron el nacimiento de la ciencia de las buenas maneras.
Los duques de Medina Sidonia, instantes antes del feliz acontecimiento. |
Ea pues, hoy hemos conocido un detector de palurdos bien útil. Espero que aquellos que van pidiendo perdón mientras señalan Thor sabe qué con su roñosa falange queden excluidos de la sociedad hasta que comprendan que se requiere un comportamiento mínimamente decente para formar parte de una comunidad humana. Y quien no tenga remedio, que sea ajusticiado en la plaza pública para dar ejemplo al vulgo.
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