sábado, 31 de octubre de 2009

La Caverna del Beodo

Hermanos, hoy os plantearé una reflexión profunda, casi tanto como la taza del váter. Os propongo un ejercicio mental en el que cada cual debe imaginarse un lugar, preferiblemente una vivienda, que se identifique con su alma. Obviamente, cuando digo alma habrá quien rechace el término por cuestiones morales, pero en vez de proponer sinónimos para evitar tales controversias me limitaré a enviar a esa chusma a cazar cuescos con una bolsa.

Ea pues, hay que encontrar una especie de hogar que acoja a nuestro estimado espíritu (no os preocupéis por la hipoteca, que a esto os invita la casa). Evidentemente habrá hogares de todo tipo según la persona en cuestión: bellos y suntuosos palacios de mármol, sólidos castillos de piedra, rudimentarias chozas de madera, exóticos iglúes, elegantes residencias, simples tiendas de acampada...



Pues bien, hermanos, aquí el Reverendo Weinor sólo es capaz de identificar su ajetreado interior con, ni más ni menos, una caverna. No me refiero a la célebre caverna de Platón-ton-tón, en la que toda clase de majaderías y chifladuras parecen tener cabida. Hablo de una caverna natural, obra de Dios y no de un ateniense apestoso y fraudulento. En ésta mi caverna hay zonas más oscuras que otras, recovecos que todavía no han sido explorados, criaturas diminutas que acechan en la tenebrosidad del ambiente, quizá un dragón durmiendo a la espera de un pobre diablo, algún que otro cofre con tesoros (y no hablo sólo del bonobús)... En definitiva, uno de esos lugares místicos y desconocidos en los que suceden hechos a cada cual más sorprendentes.

Pues bien, en ese recóndito lugar (que es, recordémoslo, una metáfora de mi alma) yo me muevo como un pequeño bribón al que no han invitado. Llevo conmigo una tea encendida que espero no se consuma en su totalidad y permanezco atento a cualquier ruido, temeroso de que una siniestra y degenerada criatura me asalte en la oscuridad. Cualquier alteración del silencio sepulcral que reina en mi caverna (un desprendimiento de rocas, una gota de agua impactando contra el suelo o) una rata cantando un jota) sería suficiente para ponerme en fuga como un poseso, dejando caer mi antorcha y corriendo a ciegas por la negrura a la espera de un golpe fatal.

Una vez descrita mi caverna, a la que cariñosamente denomino como la Caverna del Beodo, supongo que me habré dado a conocer un poco más. Pensad vosotros en el templo de vuestra alma y enriquecedlo con los más mínimos detalles. Sin nada más que comunicar por el momento, oh hermanos, se despide el camarada Weinor. Amén.

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