martes, 17 de septiembre de 2013

Emboscada a plena luz del día

Recientemente padecí en mis carnes una agresión indigna de un ser humano noble. Recorría la vía pública con paso firme y decidido tras recoger mi lustrosa capa del tinte, y me la puse sobre los hombros para lucir mi abolengo por la ciudad. En aquel momento pensé que nada podría nublar mi ánimo ni perturbar mi regreso al hogar. Mas, ¡súbitamente!, me vi asaltado por una banda organizada de dos rufianes despiadados que aparecieron de la nada. La calle estaba notoriamente poblada, pero ellos fijaron su objetivo en mi regia persona. Esgrimiendo bolígrafos y protegiéndose con carpetas, los bribones me arrinconaron contra la pared (¡a mí, oh Démeter!) y me invitaron a hacer una colaboración mensual de carácter pecuniario. Craso error.

Sus miserables rostros de pena no casaban con sus atolondrados discursos, más propios de una llamada intempestiva de compañía telefónica: "¿conoces la fundación tal? Es una fundación que se dedica a la investigación de tal. Por una módica cantidad podrías contribuir a...". No pude reprimir mi exasperación, de modo que grité: "¡YA CÁLLENSE!". Vi el pavor en sus rostros. "¿Acaso no sabéis quién soy, bellacos?", les inquirí. "Noup", respondió lánguidamente el cabecilla de esos malandrines. "Extrae una moneda de tu bolsa y verás mi semblante impreso en ella". Y así actuó el susodicho mendrugo, pero tras contemplar largamente y de forma alternada mi apolíneo gepeto y la efigie en la moneda de un Euro, se atrevió a comentar: "Pues no te pareces en nada".

No había forma de ilustrar este texto, así que...


En menos de lo que tarda en balar un comunista extraje mi longa espada de afilado filo (forjada por el maestro Kenji en el ardiente seno del Krakatoa) de su vaina. Un tajo raudo y contundente bastó para abrir el cuerpo de uno de esos harapientos desde el hombro hasta el hígado. Después, en un movimiento nunca antes visto (escuchóse un "ooohhh" entre los demás viandantes), giré sobre mí mismo para decapitar al otro de esos bribones. Su testa ascendió cual cohete unos 30 metros, y roció de sangre a todos los presentes.

La multitud, calada de líquido escarlata hasta la médula, estalló en una sonora ovación. Señalando con la punta de mi mandoble a los cuerpos sin vida de los asaltantes, ordené: "¡LLÉVENSELOS!". Y la turba me obedeció. Y los presentes reprimieron su impetuoso deseo de rozar mi capa, pues no era un día de esos en los que me dedico a hacer milagros.

Espero que el piadoso correctivo impartido a ese par de botarates haga cundir el ejemplo por toda la región. Ya basta de increpar a las personas de bien por la calle con vistas a publicitar determinadas causas. Éste no es un procedimiento efectivo para captar fondos; es, de hecho, contraproducente.

2 comentarios:

  1. Jajajajajajajajajajajajajajaja me ha encantado su relato, majestad.
    Fdo: Raposilla

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    1. Pues no se pierda próximos episodios. En verdad la educación cotiza bajo en estas tierras yermas.

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