domingo, 18 de julio de 2010

Escena V: Walter recibe instrucciones

Hoy me he levantado temprano, ya que el calor me estaba asando como un pardalo muerto en medio de la plaza. En este día debo llevar a cabo una arriesgada empresa, de cuyo resultado dependen las vidas de muchas personas y plantitas. Ayer mismo recibí las instrucciones por vía telepática. Después de comer, un mensaje penetró en mi cerebro, y me apresuré a escribirlo en un papel. Quizá esta revelación no fuera más que los efectos de los espárragos caducados que ingerí, pero de todos modos resolví seguir el plan que un ser superior me había transmitido.

Así pues, salgo a la calle decidido a cumplir mis objetivos: recoger un paquete de la oficina de correos y entregárselo a alguien llamado Kogh. De camino a Correos, un individuo pasa a mi lado montado en su ciclomotor. El demoníaco estruendo de su vehículo puede con mis modales y le grito a vivo pulmón: "¡Hijo de putaaaaaaaaa!". El jinete de la ruidosa máquina no me oye, pero en cambio sí lo hace un policía. Su mirada fija y su expresión de sorpresa y sobresalto me motivan para que intente distraer su atención y no meterme en problemas.
-Disculpe -le digo-, ¿sabe usted qué hora es?
Sin apenas desviar la mirada de mi cara echa un vistazo a su reloj y contesta:
-Son las nueve menos cuarto.
-¡Exactamente! -digo-, las nueve menos cuarto. ¡Correcto! Veo que usted sabe lo que tiene que saber. Lo tendré en cuenta.
Afortunadamente, logro salir del entuerto que he provocado y me dirijo tranquilamente hacia la oficina de Correos. Con el fin de que el agente no se fije demasiado en mi persona, finjo que estoy tullido, y de este modo voy cojeando exageradamente. Creo que el truco ha funcionado, aunque no lo sé con seguridad porque ni siquiera he vuelto la cabeza para cerciorarme.

Cuando llego a la oficina, me acerco a un mostrador. Una sonriente joven me atiende. Le doy las señas del paquete que tengo que recoger, y ella me pasa un largo formulario que debo rellenar. Me explica detalladamente como deben ser completados los huecos.
-Comprendo -digo, aunque en verdad no he entendido una mierda de lo que me ha dicho. En consecuencia, escribo lo primero que me acude a la sesera en cada hueco, dibujo un zurullo fresco en el lugar de la firma y raudo como el viento me llevo el paquete.



Durante el trayecto me topo con un tipo sospechoso que me pregunta si tengo papel. Lejos de vislumbrar las intenciones de este drogadicto harapiento me saco mi paquete de pañuelos del bolsillo y hago ademán de concederle uno.
-¡No, tronco, de ese no! -exclama.
Todavía no me he percatado de qué tipo de papel quiere el barbudo este tocado con una mugrienta camiseta de Ernesto Guevara. Inexplicadamente, el muy bastardo se da la vuelta y comienza a andar alejándose de mí. Sea por este despectivo gesto de darme la espalda o sea por la intrincada dificultad de reintroducir el pañuelo en el paquete, le grito fuera de mí:
-¿Sabe usted que la ley castiga esas bribonadas?
Increíble pero cierto, el porreta Serafín se me ríe en la cara, aduciendo que estoy "tó colocao" y pidiéndome el número de mi "camello". Es más, se atreve a decir: "Tío, no sé de qué cojones me estás hablando".
-Ah, ¿no? -digo enardecido-. Conque no, ¿eh?
Acto seguido le hago un grosero gesto alzándole uno de mis delgados dedos, y él me responde propinándome un soberano mamporro. Tirado en el suelo, en mitad de la calle, mi cabeza me da más vueltas que un zootropo. Tras unos minutos de reposo me levanto y prosigo con mi camino. Finalmente, consigo plantarme ante la puerta del tal Kogh con el paquete bajo el brazo.

Me doy cuenta de que no hay timbre, de modo que hago uso de la aldaba. El problema es que con estas cosas me emociono, así que la hago sonar alrededor de una veintena de veces. Cuando se abre la puerta, una horrenda vieja, un fósil arrugado, un vejestorio carcamal me grita con la voz propia de una bruja: "¡No llames tantas veces!".
-¿Es usted Kogh? -pregunto extrañado.
-Sí. Pasa y déjame el paquete por ahí.
Aturdido aún por el berrido que me ha echado en pleno rostro hace tan sólo unos segundos, me interno en su oscura casa tambaleándome.
-¡Enciende la luuuuuz! -brama la viejuna, como si fuera culpa mía esta penumbra. Desgraciadamente, tardo casi un minuto en hallar un interruptor, mientras escucho cómo resopla la bruja. Finalmente, activo una luz y deposito el paquete sobre un sofá.
-¡Ahí noooooooo!
Bueno, esto ya pasa de verde pistacho, pero todavía quedan por llegar los peores acontecimientos. Al dejar el paquete en el sofá, se expande por la sala una gran cantidad de polvo, que como es normal me provoca tos.
-¡A toser a la calleeeeeee!
Sinceramente, ya estoy hasta el sombrero de los chillidos de esta desequilibrada, de modo que me dispongo a salir a la calle. Me la trae al pairo el contenido del paquete, y me prometo no seguir nunca más instrucciones de desconocidos. Kogh, sin embargo, no está tan dispuesta a perderme de vista. Aparece con un tarro repleto de caramelos y me los ofrece con gesto mitad sincero mitad repulsivo (qué dura es la realidad, monstruo). Acongojado por su perverso semblante de psicópata, accedo a tomar un par de caramelos.
-¡Cógelos todoooooooos!
Otra vez me sobresalta su demente grito. Para evitar la cólera de la bestia tomo el tarro y me dirijo a la puerta. En ese instante suena el atávico teléfono en algún rincón de la casa.
-¡Coge el teléfonooooooooooo!
-Mire, error de la naturaleza, no estoy dispuesto a acatar las órdenes de alguien tan repelente como usía. Si quisiera que me robaran, me iría al Corte Inglés. Ea pues, me despido encarecidamente de usted citando el Edicto de Azafrán: "Vaya usted a la mierda, ¡a la mierda!". Y salí de aquella gruta maldita con la cabeza bien alta. Fue un gran día.



ACTA FABULA EST
IN MEMORIAM KNUT HAMSUN

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