Últimamente albergo la sensación de que la chusma ha tomado la ciudad de Valencia, capital del Mediterráneo (chúpate esa, Roma). No hay día en el que salgas a la calle y no te encuentres con un perfecto imbécil, algo que yo consideraba anteriormente como una rara avis in terrae.
Ejemplares como el que os voy a describir pueblan las calles de la ciudad del Turia, quizá para darle un toque bohemio similar al de Montmartre. Miércoles a las 14:15 horas. El Reverendo Weinor camina a paso ligero cuando de la puerta de un establecimiento alimenticio emerge un individuo de tez pálida, ojos de un azul diabólico y ni un solo cabello en su hueca testa. Apenas estaba saliendo del local cuando masculló las siguientes palabras: "Me cago en los putos perros que se cagan por las calles, y en sus putos amos que no recogen sus mierdas". Después de esta reflexión en voz alta, procedió caminar a mi lado al tiempo que gruñía "ña ña ña" como un verdadero retardado durante treinta segundos.
Tal vez medio minuto no os parezca mucho tiempo, pero imaginad que un descerebrado haciendo "ña ña ña" al tiempo que os mira fijamente y anda a vuestra izquierda. Mi excelente visión periférica me permitió ver su gepeto enfocado a mi noble rostro. Finalmente, no me quedó más opción que girarme para descubrir qué pretendía semejante engendro. Entonces se rió como un palurdo de una película de Buñuel y me dijo: "¿Has visto qué alegre voy a trabajar?", y reiteró su salvaje carcajada. Un indicativo de su estado de embriaguez fue que me señaló un camión de reparto con un gran logo de una marca de cerveza al tiempo que mencionaba los vocablos "a trabajar".
Seguimos avanzando, cuando de pronto la bestia divisó a lo lejos una mujer. Su reacción no se hizo esperar: "Esa tía de allí... mi vista no es muy buena, pero la prefiero a ella vestida que a ti desnudo". Otra muestra de que su cerebro estaba podrido, hermanos. El escultórico cuerpo de vuestro hermano Weinor es venerado en varios países por su armonía, belleza y elegancia.
Por fortuna para mí y desgraciadamente para esta fémina, el demente viró a siniestra mientras yo me mantuve recto en el rumbo de mi trayecto. La mujer se acercó hasta toparse con el monstruo, que le arrojó piropos tan sofisticados como éste: "¡¡Enjjjjj, ayyy, prrrrrr!!". Vamos, que se puso a jadear como un pervertido mientras esbozaba obscenos gestos con sus manos. Ignoro cómo terminaría ese encuentro.
El mismo día, cierta ninfa solicitó información concreta sobre mis residuos excrementicios, al tiempo que tuve el conocimiento de que cierto patán espiaba a los pobres jiñantes de los servicios públicos. ¿Hasta cuando prevalecerá la raza de la chusma en esta tierra sagrada?
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