martes, 14 de septiembre de 2010

¡A la batalla!

¿Adónde vas, hermano? A la batalla, ¡a la batalla! Unámonos todos, compañeros, y combatamos juntos uno de los grandes males que afligen a esta sociedad. La educación en este país está podrida. Sí, hermanos, la educación, uno de los instrumentos de socialización más importantes, es el pútrido manantial del que beben los parásitos y desgraciados que moran entre nosotros. Esos parias, esos imbéciles sin perspectiva vital, sin metas que alcanzar durante su nociva existencia, se contaminan al tomar el inicuo líquido que destilan los centros educativos, esos colosales monstruos de destrucción intelectual masiva.

Como espero que estéis de acuerdo, no son muchas las cosas peores que recibir una educación de ínfima calidad. El hecho de depender de un grupo de malandrines con cerebro de ameba para recibir la instrucción elemental ya condena a un elevado porcentaje de la población española. He tenido la desgracia de conocer a decenas de profesores (en el colegio, en el instituto, en la facultad, en el conservatorio, en centros de idiomas, etc.) y me sobran dedos de las manos para enumerar los que han sido mínimamente decentes y profesionales. ¿Qué se puede esperar de unas personas que han sido sometidas a las abyectas lecciones de esas sanguijuelas, de esas mentes mustias, de esas ratas de alcantarilla? Pues no se puede esperar nada, menos que nada, ¡una cagada!

¿Cómo es posible que haya "profesionales" (el mero uso de esta palabra para referirme a esos gusanos me estremece) tan ineptos ejerciendo puestos de tamaña importancia? Porque hemos de reconocer, hermanos, que la educación en las escuelas, en los institutos, en las universidades, etc., es uno de los pilares de la sociedad. En mi experiencia personal (que todavía no ha culminado, desdichado de mí) me he topado con alcohólicos, drogadictos, esquizofrénicos, retrasados mentales, analfabetos, desalmados (seres programados, sin capacidad mental para reaccionar a circunstancias no previstas), holgazanes colosales, sociópatas? ¡incluso marxistas leninistas! ¿Pero adónde podemos ir con esta inmundicia de personal educativo? ¿Cómo vamos a evolucionar a una civilización mejor si los encargados de preparar a los hombres y mujeres del futuro son estos deshechos humanos, estas zurraspas que se aferran a sus puestos de trabajo sin admitir su incompetencia? Yo os lo diré, hermanos, yendo a la batalla, ¡a la batalla!

Los gobiernos, por supuesto, se dedican a destruir la educación con frecuentes cambios en el sistema, con la introducción de asignaturas fútiles, con reducciones de los requisitos para acceder a formar parte del profesorado, etc. ¿Pero cuándo demonios se va a exigir a los profesores que cursen al menos un año de pedagogía? Todo esto sólo nos conduce a un punto, hermanos, la batalla, ¡la batalla!

Escribir esta filípica mientras escucho la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven (en concreto la sublime parte final) se me antoja un sacrilegio. Me resulta blasfemo mencionar seres tan deleznables como los profesores (la mayoría) al tiempo que la áurea música del maestro fluye en mi caverna. Afortunadamente, un vaso de zumo de manzana, el néctar divino, mitiga mi padecimiento.

Es cuestión de tiempo que me fustigue la vesania, hermanos, y entonces ya no habrá remedio para vuestro reverendo. Por eso os digo, ¡a la batalla! ¡No permitamos que mojones con aires de grandeza contaminen las mentes y mengüen los intelectos de nuestros pequeños! Personalmente, yo ya poseo el majestuoso salacot que portaré el día de la batalla, día ciertamente no tan lejano como algunos creen.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! (grito de batalla)



1 comentario:

  1. Tu artículo es una fascinante y ricamente detallada obra de arte. No obstante, creo que te has quedado corto. Es muy triste la situación en la que nos hemos encontrado muchos de nosotros, pero la verdad tenía que salir a la luz.

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