Hermanos, hace 30 años que tuvo lugar uno de los encuentros balompédicos más relevantes de la historia de este deporte tan simple. Corrían buenos tiempos para el balompié en los años setenta, y los jugadores, a diferencia de los analfabetos que componen las plantillas de los equipos actuales, albergaban cierto bagaje cultural.
Aquel día de 1972, el Estadio Olímpico de Múnich albergó la mítica final entre Alemania y Grecia. Nunca unos Juegos Olímpicos vieron tantas eminencias juntas. Concretamente, el seleccionador germano Martín Lutero presentó un ofensivo 4-2-4 compuesto por Leibniz,
Kant, Hegel, Schopenhauer, Schelling, Beckenbauer, Jaspers, Schlegel, Wittgenstein,
Nietzsche y Heidegger. Los griegos formaron con un clásico 4-4-2 integrado por
Platón, Epicteto, Aristóteles, Sófocles, Empédocles de Agrigento, Plotino, Epicuro, Heráclito, Demócrito,
Sócrates y Arquímedes. El arbitraje estuvo en manos de Confucio y sus asistentes Tomás de Aquino y San Agustín.