miércoles, 4 de agosto de 2010

El contestador automático que no jugaba al bridge

Hermanos, hoy dedicaré el sermón a la escoria cuatrera que milita en las filas de las compañías telefónicas. Con el fin de solucionar una duda acerca del magno robo de cierta empresa, cuyo nombre no diré por motivos de confidencialidad (Movistar), me he aventurado a efectuar una llamada a eso que llaman "atención al cliente". Como no podía ser de otra forma, una bellaca con acento sudamericano me ha indicado que esperara unos minutos. Y han sido diez los jodidos minutos que he tenido que esperar. Mientras aguardaba a que me atendieran, una horripilante y repulsiva melodía contaminaba mi teléfono, y de vez en cuando una voz grabada decía "Espere, por favor, estamos muy ocupados" o un embuste similar. El caso es que, tras 600 segundos de espera, me cuelgan. Craso error, cabrones, al reverendo Weinor no lo podéis esquivar como a Hacienda. De modo que he vuelto a llamar, y esta vez incluso la furcia me ha escuchado. Desgraciadamente, su peculiar forma de hablar me resultaba imposible de descifrar. Tras varios intentos de comprender su deformado dialecto me suelta que sólo tenía los documentos de mi factura "hasta el 16 de julio". Maldita puerca, ¿acaso buscas pendencia? Y, para sorpresa de vuestro hermano, ¡me vuelven a poner la música infernal!

Pero esto no podía quedar así, un caballero tiene sus principios y sus finales. He llamado por tercera vez, y cuando la víbora me ha preguntado que qué deseaba (que te murieras, zorra), le he dicho: "Un momento, por favor, ahora estoy ocupado", y le he acercado mi teléfono a esta epiléptica canción:


Es recomendable que escuches esta pieza wagneriana mientras continúas leyendo. Mientras el infame roedor se retorcía como un cadáver en Cuaresma (¿?), yo, avanzado en edad y no menos en locura, me he puesto a brincar frenéticamente al tiempo que danzaba al nivel de Blanka Vlasic. Desde luego, todo un espectáculo. La bribona del teléfono ya me estaba chillando "¡Señor, señor!", pero yo la he interrumpido sabiamente al grito de "¡Cierra la puta boca, guarra! ¿No ves que estoy ocupado?". Finalmente ha colgado, pero no deja de ser un momento hilarante.

En fin, éste es uno de esos instantes sobresalientes de mi letargo veraniego. La lectura, el visionado de películas y las partidas de bridge también tienen espacio para majaderías varias. Por cierto, empiezo a hartarme de jugar al bridge yo solo, fingiendo que soy cuatro personas distintas. Con un poco de suerte y una dosis de bromato potásico, quizá mañana cuando regrese Diana vea doble y me ahorre la mitad del trabajo.

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