Helios el fulgente, más conocido por estas tierras como Solete, se empieza a despedir de la chusma que puebla esta región. Mientras tanto, Saigo surca el cielo sobre mi cabeza con su vetusto y tambaleante dirigible. Decididamente, este trasto no ha pasado por la ITV.
Se detiene frente a mi caverna y me invita a subir tendiéndome una escalerilla. Incapaz de rechazar una invitación de tal calibre, asciendo a la nave. Saigo me espera mientras se mesa su poblado bigote.
-¿Tienes que recoger a alguien hoy? -le pregunto, aunque ya conozco la respuesta.
-Sí. Ya falta poco.
Su mirada se dirige al pequeño y quedo pueblo que domino desde mi guarida. Lanza una mirada a su reloj y me comunica que ya es la hora. En consecuencia, me despido y desciendo por la escalera a tierra firme. Desde allí contemplo cómo Saigo avanza sobre el firmamento a paso lento pero continuo y firme. Una vez llegado a la casa señalada, detiene, su vehículo y mantiene la posición. Entonces procede a realizar la operación tantas veces practicada. Desciende la escalerilla suavemente hasta la puerta de la casa. Entonces alguien se agarra a ella y Saigo la recoge. El dirigible se aleja en el cielo.
Una vez más, Saigo ha recogido el alma de algún pobre diablo para llevársela lejos, al país de las almas. Tarde o temprano vendrá a por todos los habitantes del pueblo, y un día no muy lejano incluso yo mismo haré la travesía rutinaria en su destartalado vehículo.
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