Hermanos, el 7 de mayo será recordado en la memoria colectiva como una de las jornadas más especiales de la tecnológica y ciberzórrica Edad Contemporánea. Ése fue el día en que adquirí a Toruk Makto, mi diminuto y enfermizo bonsái. Después de unos días intentando que el dichoso arbolito no la palmara, objetivo que he conseguido, me hallo en condiciones de reflexionar acerca de uno de los seres más pacíficos que existen, sólo por detrás de la estrella de mar. Me refiero, como habréis deducido los que no toméis drogas (y preocupaos si no lo habéis adivinado), al mejor amigo del hombre, el árbol.
Los árboles son generosos por naturaleza. A todos ofrecen su fruto y su madera, y a cambio piden bien poca cosa: agua, y de vez en cuando una buena mierda para abonarlos. Como dice cierto refrán, "el árbol da sombra hasta a su propio leñador". O, en tono melodramático, "el hacha del leñador pidió al árbol su mango, y el árbol se lo dio". Más triste, Chanquete en Marina D'Or.
Ciertamente, hermanos, pocos árboles pueden causar antipatía. Resulta difícil de creer que un abeto te caiga mal, y si ése es tu caso, me permito afirmar que eres un desalmado hijo de puta. Desde antiguo, el árbol ha ejercido un gran papel en las diversas mitologías humanas. Desde el roble de Zeus o el olivo de Atenea hasta nuestro árbol de Navidad, nuestro verde amigo ha sido uno de los personajes centrales de nuestra mentalidad. Y es que no es fácil resistirse a una cosa que se alimenta de excrementos y nos ofrece comida, que parte de una semilla hasta convertirse en todo un coloso de la planicie.
Mi árbol, Toruk Makto, es uno de esos seres maltratados por la ciencia hasta convertirlo en un enanito del bosque. Sin embargo, no pude desoír sus lamentos y tuve que arrebatárselo a unos perversos chinos a cambio de unos cuantos euros. Digan lo que digan los jipilondios silvestres, la expresión "tortura china" no es una casualidad.
Aquí os ilustro con mi bonsái Toruk, en todo su apogeo. Si ésta no es la viva imagen de la majestuosidad, que venga Nabucodonosor y se vuelva a ir en el acto. Ya quisieran tener uno como éste en Gondor.
Ahora me viene a la mente una bella frase de ese duende del saber que es Fernando Arrabal: "Los arquitectos construyen ciudades, los ángeles bosques". Obviamente, el desarrollo cerebral de este caballero nos ha dejado otras excelente reflexiones que abarcan toda clase de campos, como por ejemplo la gastronomía: "El gazpacho se condimenta con sal, pimienta, perejil y tomate... y luego se tira por el váter". Enigmática sapiencia la suya, con frecuencia manchada por la chusma inferior, esa gentuza que se disfraza de moderna. Por citar un ejemplo, esa escoria de efectúa reverencias a La Secta, la supuesta cadena guay y progre, pero sin embargo se congregan a miles para ver un programa en el que se nos muestra cómo viven unos zánganos ricachones. La eterna envidia del lumpemproletariado explotada por unos hipócritas vestidos de "guays".
Retomando el hilo principal del post (postre no, ¿eh?, que esto no es el Burger), me figuro que todos conoceréis el sabio refrán "Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija". Hurgando un poco por la red, mi bonsái y yo hemos encontrado estas interesantes versiones del dicho:
"El que a buen árbol se arrima, buena mierda de pájaro le cae encima"
"El que a buen árbol se arrima, nadie lo ve cuando orina"
"Quien a buen árbol se arrima, va un perro y se le mea encima"
"Quien al mal árbol se arrima, mal palo le cae encima"
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