lunes, 5 de abril de 2010

Escena IV: El Bosque (6.ª parte)

El centauro Wilbur conduce al Dr. Lawrence y al Sargento Hartman a su morada, una confortable cueva oculta tras la maleza. Por el camino, Hartman va dándole vueltas a cierto asunto.
-Oye, guardabosques...
-¡Guardián de El Bosque, querrás decir! Mi estatus es de los más altos de toda esta compleja fauna.
-Lo que tú digas, truño con plumas. El caso es que me estaba preguntando una cosa... ¿Los caballos te la ponen dura?
El peculiar interrogante sorprende no poco al pobre Wilbur, quien se muestra escandalizado.
-¡¿Pero cómo osas, desgraciado?!
-Pues hombre, digo yo que la diferencia entre una centaura y una yegua no será tan grande al fin y al cabo. Es más, dado que eres un engendro medio humano-medio animal, es jodidamente difícil hablar de zoofilia en tu caso. A todo esto, ¿es la zoofilia un delito? ¿No crees que si a los animales no les gustara la marcha no irían desnudos?
Mientras el Sargento disertaba atropelladamente sobre estas y otras cuestiones similares, el Dr. Lawrence permanece inmóvil mientras mira fijamente una pizarra de la pared en la que aparece planteado un complejo problema matemático. De pronto, extrae una tiza del bolsillo de su camisa (ante todo, profesionalidad) y comienza a trazar sus cálculos. Tras veinte minutos de continuos borrones, Lawrence ya ha llenado la pizarra hasta su última micra con su dichosa tiza. Sin embargo, el pobre no ha hallado la solución.
-No lo entiendo -dice desconsolado-. ¿A cuánto equivale X? Maldición, 25 años de investigación en West Virginia para esta mierda de resultados. Soy un mediocre... snif, snif.
Hartman, quien siempre destacó por su pragmatismo, decide dedicarle un momento de atención.
-Escúchame, basura, no te has percatado de la clave del problema.
-¿Dónde está? -pregunta esperanzado el científico.
-Aquí -responde, señalando un punto de la pizarra-. Fíjate bien y seguro que te vendrá algo a la cabeza.
El ingenuo Doctor se sitúa a unos quince centímetros de la pared, intentando descifrar los numeritos que ha escrito él mismo hace unos minutos. De repente, el Sargento le coge por la cabeza y se la estampa contra la pizarra con tanta fuerza que se raja por todas partes. Acto seguido estalla en una carcajada y dice:
-Palurdo, si no fueras un comunista de mierda sabrías que la X significa 10. Hasta los niños entienden los números romanos, patoso.

-¡El Übermensch! -grita Nietzsche.
Mientras el enano Pipino penetra en el geriátrico de un salto por la ventana, Bruce Lee se prepara física y psicológicamente para el combate. Ha venido a El Bosque en busca de desafíos. No puede decirse lo mismo de su bigotudo acompañante, quien empieza a gritar como un yonki que se queda sin lacasitos. Los viejos, asustados por los berridos del filósofo, corren despavoridos de un extremo al otro del geriátrico. Uno de ellos se detiene ante el alemán y le pregunta:
-¿Qué le dice un váter a otro?
-Dímelo tú -responde.
-Espero que llegue el invierno pronto, porque estoy harto de veranos.
Apenas ha dicho esto cuando una viga del techo le destroza la cabeza. El pobre bigotitos se percata entonces de que un viejuno ha prendido fuego al edificio. Ha de salir de allí como sea.
Mientras tanto, Bruce Lee echa fuera a Pipino de una patada giratoria. Acto seguido sale él del infierno llameante y procede a propinar una paliza sin cuartel a aquel bellaco. Sin embargo, al enano aún le da tiempo a emplear su hacha y rebanarle las dos piernas de golpe al asiático, que resulta mortalmente herido. Su hora está próxima.
Tras salir a empellones del geriátrico, el pobre Nietzsche no está para fiestas. Ha contemplado a decenas de vejestorios asándose, y eso lo ha puesto de mal humor. Como trompeta soplada por un beodo, la lluvia aparece en escena, creciendo en intensidad. Pipino se levanta como puede y remata al chino con su arma ante la extraviada mirada de Friedrich. Después, le arranca un pedacito de sesera a su víctima y la engulle con voracidad.
-Ahora es tu turno, bribón.
A pesar de conservar un as en la manga (concretamente el de tréboles), a nuestro filósofo esta artimaña no le sirve una puta mierda. Es más, se halla próximo a su final y todavía no sabe qué hacer para evitarlo. Tira su naipe al suelo e intenta rezar, pero de su boca sólo salen fragmentos de su bellaca filosofía. Pipino ya tiene alzada su temible hacha cuando, de pronto, una flecha se clava en su pecho.
Contempla cómo brota la sangre de su cuerpo y se dirige a los humeantes restos de sus amiguitos, diciendo:
-Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
Acto seguido, se desploma y estira la pata.



CONTINUARÁ

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