Hermanos, hoy ha sido un extraño día. Mientras estaba desarrollando mi labor (que es tan soporífera como inútil) unos hirientes males me han aquejado. Las ganas que tenía de potar y jiñar al mismo tiempo casi me han hecho perder el juicio. Tras unos minutos de resistencia, y emulando a las tropas rusas que lucharon contra Napoleón, he emprendido la retirada como alma que lleva el Diablo. Apenas había salido a la calle cuando he advertido que el potaje quería salir de mi "corpus". Como soy un caballero, me he limitado a echar hasta la primera papilla detrás de un árbol. Espero que me lo agradezca y crezca fuerte y sano.
Pero el asunto no ha terminado ahí. Tras subirme a un autobús en dirección a mi caverna, los continuos balanceos del vehículo a punto han estado de provocar la catástrofe. De habérseme escapado los bombones, no hubiera dudado en señalar a la temeraria conducción del autobusero como causante de la vorágine. Posteriormente, al bajarme del dinosaurio con ruedas, la creciente necesidad de evacuar me ha hecho dar pasos nerviosos como un yonki al tiempo que gemía como un gato atropellado. Ciertamente, hermanos, casi descargo el pastel allí mismo. Desgraciadamente, mis peculiares gemidos no han pasado desapercibidos para una mujer que permanecía a mi lado mientras aguardaba a que el semáforo nos diera vía libre. Su cara de incredulidad y su inmediato e indisimulado alejamiento casi me hacen ñesclarme de risa. Preferiría no ofrecer más detalles de mis andanzas, así que sólo diré que al final todo se ha resuelto con satisfacción.
Francamente, me temo que este desafortunado incidente está estrechamente ligado a la fluorización del agua y otros alimentos, que ya nos puso de manifiesto el General Ripper en ¿Telefóno rojo? Volamos hacia Moscú. De ahora en adelante tendré más cuidado con lo que me lleve a la boca.
"Así es como actúan esos terribles comunistas."
Por otra parte, quisiera transcribiros este maravilloso fragmento del libro Victoria, de nuestro querido ídolo Knut Hamsun. El relato de este sueño no tiene desperdicio.
Se ha extraviado misteriosamente dentro de un profundo valle desierto en el que no hay rastro de nada vivo. Muy a lo lejos, solo y olvidado, hay un órgano tocando. Se acerca, lo mira, el órgano sangra, le sale sangre por uno de los costados mientras toca, Más adelante llega a una plaza de mercado. Todo está desierto. No se ve ningún árbol, ni se oye ningún sonido, no es más que una plaza desierta. Pero en la arena se ven huellas de zapatos, y es como si en el aire quedaran aún las últimas palabras pronunciadas en ese lugar, tan reciente ha sido el abandono. Le invade una extraña sensación, esas palabras que quedan en el aire sobre la plaza le preocupan, se le acercan, le oprimen. Las ahuyenta, pero vuelven, no son palabras, sino ancianos, un grupo de ancianos bailando; ya los ve. ¿Por qué bailan y por qué no están dad contentos mientras bailan? Del grupo de viejos emana un halo frío, no lo ven, están ciegos, y cuando los llama, no lo oyen, están muertos. Camina hacia el este, hacia el sol, llega a una montaña. Una voz le grita: ¿Estás junto a una montaña? Sí, contesta él, estoy junto a una montaña. Entonces la voz dice: La montaña junto a la que te encuentras es mi pie; estoy encadenado en los confines del mundo, ¡ven y libérame! Y echa a andar hacia los confines del mundo. Cerca de un puente hay un hombre esperándolo y recogiendo sombras; el hombre es un buey almizclero. Le sobrecoge un miedo glacial al ver a ese hombre que quiere robarle la sombra. Le escupe y le amenaza con los puños cerrados, pero el hombre se queda inmóvil esperándolo. ¡Retroceda!, le grita una voz a sus espaldas. Se vuelve y ve una cabeza rodando por la carretera indicándole el camino. Es la cabeza de un ser humano, de vez en cuando se ríe por lo bajo. Él sigue a la cabeza, que rueda días y noches y él la sigue; al llegar a la orilla del mar la cabeza se hunde en la tierra y se esconde. Él se mete en el agua y se sumerge. Llega a una puerta inmensa donde se encuentra con un gran pez ladrando. El animal tiene pelos en el cuello y ladra como si fuera un perro. Detrás del pez está Victoria. Él tiende las manos hacia ella, la joven no lleva ropa, le sonríe y una tormenta sopla por su pelo. Entonces él le grita, oye su propio grito, y se despierta.
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