martes, 22 de diciembre de 2009

Pero mira cómo beben los yonkis en el río

Oh, hermanos, en estos días nos acercamos a lo más parecido al Infierno: lo que la chusma ha decidido denominar "las navidades" (sí, en plural). Hace unos días penetré en el tanatorio (es decir, Mercadona), y mis sensibles y delicados oídos fueron fustigados e incluso heridos por una suerte de ruidillo demoníaco y repetitivo cual gemido de animal afectado por la radioactividad.

Como pude distinguir tras unos momentos de aturdimiento, aquel crimen contra la paz acústica no era otra cosa que un villancico. Pero no era un villancico cualquiera: se trataba de ese de los peces en el río, pero "cantado" por seres absolutamente irritables. Pondré a continuación una muestra aproximada de tal tormento, en este caso efectuado por un aborto disecado de excremento de mandril con cáncer que se hace llamar, ni más ni menos, "Florecilla":


Pues bien, después de haber escuchado los lamentos de esta aberración de las leyes de la naturaleza, os puedo confirmar, oh hermanos (si es que todavía seguís cuerdos), que el engendro de villancico que yo escuché se asimilaba en gran manera a esto. Así que limpiad el monitor de vómito y seguid leyendo.

Soy consciente de que la lectura de este deprimente post puede provocaros el suicidio, pero espero que no metáis todavía la cabeza en el váter. Perplejo contemplo los afanosos andares de miles de palurdos robotizados que recorren las tiendas y los grandes almacenes para dejarse el podrido fruto de su esfuerzo, su apestoso dinero. Y todo ello porque, ni más ni menos, "son navidades". Pero imbécil, bastardo ateo, rata de alcantarilla, ¿acaso no te percatas de que el hecho de que haga más frío no significa que tengas que perder el culo buscando algo para regalárselo a tus desgraciados familiares (que te odian). Obviamente, los buenos cristianos (como yo) estamos exentos de semejante idiocia.

Estoy bastante hastiado de que todas las malditas empresas utilicen al mismo gordo holgazán (sólo trabaja una noche en todo el año) para publicitar sus repugnantes productos. Incluso empresas rivales (las telefónicas, pongamos como ejemplo) recurren al mismo bastardo barrigudo para contribuir a la desnutrición mental de la ignorante población occidental. ¡Cuánta decadencia, cuánta mediocridad! Recurriré al gran profeta para convenceros de mi apocalíptico punto de vista: "Y el mundo se convertirá en una masa blancuzca..." (si alguien me sigue que lo continúe haciendo, porque yo voy directo al manicomio).

Será mejor que no prosiga con esta bazofia lastimera, no quisiera yo amargarle "las navidades" a ningún hijo de mofeta. Bueno, lo cierto es que sí, pero sólo un poquito. Termino ya con uno de los mejores momentos de esa grandiosa película de Ingmar Bergman, El séptimo sello. Espero que os sirva de reflexión, hermanos. Por cierto, entre los figurantes de la escena aparezco yo: soy el que sostiene una calavera sobre su propia cabeza con las manos.

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