domingo, 22 de noviembre de 2009

Divagaciones en el metro

''Hoy en el metro se me ha acercado un hombre y ha iniciado una conversación. Hablaba de cosas triviales, un tipo sólo hablando del tiempo y esas cosas. He intentado ser educado y amable con él, pero ha empezado a dolerme la cabeza con tanta banalidad. Casi no me he dado cuenta, pero de repente he vomitado encima de él. No le ha hecho gracia, pero yo no podía dejar de reír.''



Aunque estas palabras puedan parecer mías, oh hermanos, no han salido de mi boca precisamente. Yo nunca me adentraría en ese implacable, sucio y raudo transporte, paradigma del estrés de nuestros días. Corresponden al amigable John Doe, de la película Seven de David Fincher (hay quien la llama Se7en). Ayer la vi por segunda vez, y no pude dejar de fijarme en que dicho personaje (no temáis, no os destriparé el argumento de la cinta si no la habéis visto) tenía un punto de vista muy semejante al mío. De hecho, no descarto que cualquier día de estos empiece a devolver sobre la chusma que me rodea, cuyas mentes aparecen copadas de banalidades. Pero sigamos con las palabras de John:

''Qué títeres tan ridículos somos y qué vulgar es el escenario en el que bailamos. Cuánta diversión, baile, sexo... No hay inquietud en el mundo, ni por saber que no somos nada. No somos lo que deberíamos ser.''

Otro memorable enunciado que de nuevo se adapta perfectamente a mis ideas. Y es que el hombre contemporáneo (y he de dejar claro que esto no es nuevo, yo diría que tiene muchos milenios) vive como los animalitos, preocupándose de temas como la diversión, el baile o el sexo, a la sazón menos importantes que otros como el dolor, la madurez o la propia existencia. Si antaño había programas en la televisión en que se debatían semejantes asuntos, ahora encontramos la parrilla de la caja tonta repleta de espacios en los que tribus de analfabetos debaten con simiesco énfasis acerca de quién ha fornicado con quién.

¿Y qué puede explicar este retrasado comportamiento? ¿Acaso los yogures de antaño no estaban tan caducados como los de ahora? ¿Quién engañó a Roger Rabbit? ¿Y quién no querría hacerlo? ¿Qué fue de Baby Jane? ¿Y a quién le importa? ¿Quién teme a Virginia Woolf? ¿Y quién la lee? Éstas y otras cuestiones no pueden ser respondidas si no abordamos el asunto desde una perspectiva aérea. Pero claro, ¿quién demonios nos pagará el avión? ¿Merece la pena la inversión para desentrañar el problema?



Tras un párrafo repleto de majaderías retomo la cuestión. ¿Es el hombre contemporáneo mediocre y descerebrado, como ya sentenciara Federico Nietzsche? ¿O acaso está simplemente contaminado y todavía tiene solución? Tiendo a decidirme más por la segunda opción (Niche, perdóname), tal vez porque soy demasiado optimista. Pero hace falta un gran cambio para que los humanos retomen el buen camino (si es que alguna vez lo estuvieron siguiendo) y programas como Gran Hermano o Sálvame dejen de ser vistos por millones de subnormales.

Dominus Weinor dixit. Amen

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