lunes, 29 de agosto de 2011

Un traje para cada ocasión

Hace unos días tuvo lugar el sorteo de la fase de grupos de la Liga de Campeones. Durante la pomposa ceremonia destacó por su indumentaria el jugador del Barcelona F.C. Carles Puyol. Puyol, que vestía “de manera informal”, ha sido criticado desde algunos medios de comunicación y foros de Internet por desentonar con sus esmoquinados acompañantes.



Pero bueno, hermanos, ¿desde cuándo se juzga a una persona por la vestimenta que porta? Desgraciadamente, desde hace muchos siglos. No nos remontaremos a los tiempos prehistóricos en los que Santiago Carrillo alimentaba una vocación genocida matando caracoles con tirachinas, pero podemos afirmar que en el antiguo Egipto, en la Grecia Clásica, en la Edad Media, etc., la indumentaria de la gente se adecuaba a su estamento social y al gremio al que pertenecía.

Desde aquel entonces, hemos evolucionado a una sociedad en la que resulta imprescindible la posesión de varios ropajes que se adecuen a un amplio abanico de situaciones. “Un traje para cada ocasión”… ¡y para ti un mojón! Desconozco el nombre del espabilado sastre que logró poner de moda esta idea tan burguesa y abyecta, pero me pregunto a qué clase de persona le resulta ético que un individuo emplee cientos de euros (miles, incluso) en un traje que va a utilizar una o dos veces por año, habiendo gente que fallece de hambre a diario.

Y no sólo critico la poca ética de despilfarrar tales cantidades pecuniarias con fines tan absurdos, sino la hipocresía que conlleva vestir esos suntuosos trajes y fingir que son muy cómodos. ¡Venga ya! ¿Me vas a decir que un jodido traje de Armani es más confortable que una camiseta y unas bermudas? Si respondes afirmativamente, te advierto de que tu cuerpo no es humano.

A los presumidos y altivos trajeados he de decirles que la corbata, ésa prenda tan indispensable en cualquier situación mínimamente elegante u oficiosa, es la pieza de vestir más RIDÍCULA que existe: ni abriga, ni oculta partes humanas íntimas ni es cómoda. El esperpento protocolario ha llegado al punto en que para estar “presentable” (detesto esa palabra) se requiere llevar una soga de seda en torno al cuello. Si no recuerdo mal, en el Parlamento español es obligatorio su uso. Y así nos va, alimentando el ego de la casta (¿caspa?) política que parasita el Estado.

Sí, es un jodido psicópata, pero ¿y lo bien que viste?


Y eso si eres varón. Si eres mujer, no olvides calzarte unos peligrosos y dolorosos zapatos con tacones. Porque claro, has de alardear de tu hermosura como si fueras una vulgar ramera. No importa que los tacones provoquen lesiones en las piernas y sean tan cómodos como un cactus en el recto, siempre y cuando te permitan realzar tu trasero y hacerte caminar tan finamente como un flamenco rosáceo. Y también deberás pintarrajearte el gepeto como una geisha, perforarte las orejas para que de ellas cuelguen pedruscos (¿?) e insinuar tus atributos como una furcia para “sentirte guapa”.

Desprecio a la chusma que se somete a los dictámenes de las modas, pero sobre todo a aquellos que osan acometer juicios contra los “rebeldes”. Esta escoria descerebrada suele asociar la apariencia física del personal con su comportamiento, de tal forma que alguien que no vista una estilosa corbata es un vago o alguien que calce zapatillas deportivas es un condenado palurdo.

Yo ni tengo corbata, ni ‘americana’, ni zapatos ni puta la falta que me hacen. Me daría mucha vergüenza gastar dinero en cosas que apenas voy a utilizar.

Culmino mi filípica de hoy defecándome en las pajaritas de los presuntuosos de mierda y gritando un estruendoso “¡voy en pijama porque me da la gana!”.

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