Tristes son los tiempos, hermanos, en los que para conseguir un libro hay que dejarse el dinero que tanto esfuerzo nos ha costado robar. No hace mucho tiempo que decidí involucrarme en un proceso de aprendizaje de la lengua más noble y más élfica de cuantas existen en la Tierra, el finés.
Gracias a diversos sitios güeb como Livemocha pude efectuar un primer acercamiento al idioma de los ángeles y de los grillos, y entonces decidí hacerme con un manual de finés en condiciones. Cuál fue la sorpresa al encontrar uno en una biblioteca cercana. Desde luego no podemos decir que esté actualizado (sin ir más lejos, data de mi año de nacimiento), pero ante la incomparable ocasión de hacerme con ese libro sagrado de 300 páginas no lo dudé ni un instante. De modo que lo saqué del polvoriento almacén en el que se encontraba (¿alguien lo había tomado anteriormente?) y me topé con una imprenta justo enfrente del vetusto purgatorio literario del que había sacado mi tesoro. Os la muestro en la imagen; está a la derecha de ese garaje cerrado con el cartel de "Aula 3".
Mi ardiente deseo de obtener ya el manual me obcecó de tal manera que no reparé en la cochambrosa apariencia de ese tugurio destartalado. Simplemente, deposité mi corán y me enteré con júbilo de que a los tres días podría recoger la copia.
Cuál sería la sorpresa, hermanos, cuando retorné al antro y un viejales con el cerebro podrido ni siquiera me reconoció y no sabía nada de mi libro. Me invitó a esperar a que su hijo regresara para que se dilucidara la cuestión. He de remarcar que fue entonces cuando realmente empecé a percatarme de las muchas carencias y peculiaridades que presentaba ese negocio. A saber:
1) Atención deficiente al cliente: el viejo ni siquiera se acordaba de mí, y su supuesto hijo no estaba.
2) Ritmo de trabajo "relajado": el viejo no estaba haciendo fotocopias ni nada, por favor, jubílese y deje de cobrar un sueldo que no merece.
3) Instalaciones tercermundistas: el viejo me indicó que esperase sentado en unos sofás rasgados y con la amarillenta espuma por fuera. Puaj. Caballero, yo ahí no me siento ni en pedo.
4) Simbologías peculiares: en un tablón había colgada una bandera de España preconstitucional. No sé si se el personal no reparó en que el régimen político había cambiado, si consideraba que retirar la bandera constituía un esfuerzo sobrehumano o si, simplemente, le gustaba tomar el té con churros.
5) Localización peligrosa del local: si te dedicas a fotocopiar ilegalmente libros, no seas tan imbécil de poner tu imprenta justo en frente de una biblioteca. Cualquier día te hacen una inspección y te meten entre rejas.
Después de unos 10 minutos de insufrible espera, apareció por la puerta un calvo, que, cómo no, era el hijo pródigo. Tras informarle (tampoco me recordaba) de mi situación me dijo que habían estado muy atareados (cualquiera lo diría viendo lo que trabajaban, uno tocándose los genitales detrás del mostrador y el otro yéndose al puerto a pillar una gonorrea), y que volviese al día siguiente por la tarde.
El origen del mal. |
¡Ja! Cegado por el anhelo de sostener en mis manos el sublime volumen de mis amores acudí a la hora exacta que me había proporcionado el calvo. Conforme me vieron entrar por la puerta, ya me dijeron que tampoco les había resultado posible terminarlo, que lo estaban imprimiendo en ese justo momento, como así era. Inexplicablemente, el viejo empezó a sacar los trapos sucios de su relación familiar diciendo que su hijo no le dejaba trabajar en condiciones, porque iba alternando de fotocopiadora cada dos por tres y eso le jodía la marrana. Indignado, pero con resignación, decidí posponer la cita a tres días después, imaginando que por fin habrían culminado el ritual de la imprenta.
De modo que, por tercera vez, hice mi entrada en aquel tétrico prostíbulo. Y sí, finalmente obtuve mi preciado manual copiado, pero a qué precio. El hijo de fruta del viejo no titubeó al pergeñar una estafa inmunda afirmando que eran 15 euros. QUINCE. Por fotocopiar un libro de unas 300 páginas. No cabía en mí, y eso que no tenía una erección. Aboné escrupulosamente la cifra y me largué echando pestes de aquella cueva de ladrones seniles y alopécicos. Después, devolví el libro original a la biblioteca y me refugié en mi caverna a paso presto.
¿Es más delincuente el que se va de putas o el que se prostituye?
ResponderEliminarArderás en el mármol del Infierno.
Te ha timado, yo en tu lugar me habría llevado mi libro inmundo y no le habría pagado, y a hacer puñetas.
*Postdata: El finés no es una lengua, sino una enfermedad mental producida por las bajas temperaturas presentes en Laponia. Yo soy lingüista, asín que harme caso, jajaja (Me cago de la risa). Prótsimamente, estará disponible mi inédito blog de alemán, que espero que no te sea útil (me parto y me mondo). www.tengounamierdaenelculoquítamelaconlosdientes.blogsot.com
Ay, hermano Anastasio, si te pillo por banda te esquilo la piel a bocados, ¡batracio! Respondiendo a tu interesante cuestión, te diré que en todas partes cuecen habas, y donde las dan las toman.
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