viernes, 21 de marzo de 2014

Una velada con Huesitos

Estoy sentado bajo la mortecina luz de un farol amarillo. Ante mí tengo una hamburguesa a medio comer. La recojo con mis manos trémulas y me la llevo a la boca rezando mentalmente para que no... "¿TODO BIEN? ¿TODO BIEN? ¿LE TRAIGO OTRA BEBIDA?". Cáspita. Es la séptima vez que me han interrumpido la cena los espíritus del lugar.

Uno trata de no atragantarse mientras estas azuladas almas en pena circulan a gran velocidad de un lado a otro. Cruje la madera bajo sus pies y crujen también los huesos de mi cráneo, empotrado contra la puta lámpara que me está cegando. No sé si son los amperios, los voltios o los watios pero se me está instalando una azotea un intenso dolor de cabeza a modo de 'okupa'.




Foster's Hollywood es una famosa franquicia de comida estadounidense nacida en los años 70. Paredes suelos y mobiliario de madera, faroles de luz cálida, manteles de papel, una vajilla marrón característica... No hablaré aquí de la comida o del precio, sino más bien del factor humano, eso que lo mismo te lleva a ganar una competición deportiva con un equipo de mierda o a hundir una empresa cuyo éxito parecía seguro.

Casualidades de la vida, esta semana he ido en tres ocasiones a algunos de estos locales. La última vez, acompañado del excelso y bienfamado Huesitos. Mi otrora escudero, cuya bravura en las batallas sigue siendo tema principal en las canciones de los trovadores, debe ser ahora empujado en una silla de ruedas. "Tendremos el destino que no hayamos merecido", dijo una vez el bigote piojoso de Albert Einstein.

Huesitos, junto a la ventana e intentando seducir a dos viejas de la calle con
su pose de intelectual.


El protocolo de un Foster's Hollywood es todo un ritual. Penetras en un espacio iluminado cual atávica mina, esperas un rato y cuando la centinela te indica que ha llegado tu turno con un grito pelado, te asignan una mesa. Un camarero intenta camelarte, al tiempo que te guía entre la multitud, para que te unas a la secta de los Fosterianos. Sólo tienes que entregar tus datos personales e inocular una aplicación virulenta en tu terminal. Odín bendiga a Nokia y a Windows Phone, de momento ajenos a todas esos programitas endemoniados.

Apenas pones el pompis sobre la silla y abres la carta te toman nota de la bebida. "Y si es un refresco", añaden, "te la rellenamos gratis". Al cabo de un minuto, ya tengo mi Lambrusco sobre la mesa. Mi acompañante Huesitos, por su parte, opta por una Pepsi Light. "Hay que cuidar la línea", señala.

Poco después, otro camarero se anota la comida que piensas ingerir, pagar y potar, no siempre por este orden. En combinación con mi Lambrusco, una 'burger', sí señor. Huesitos apuesta por una ensalada. "La línea, la línea", reitera el infeliz de Huesitos, que no sabe que le van a bañar la verdura con una salsa rebosante de calorías.

En cualquier caso, hasta aquí todo parece marchar correctamente. Mi huesudo compañero y yo emprendemos una acalorada discusión sobre si Kierkegaard era más de Mac o de Windows. En realidad estaba hablando yo solo, rebatiéndome a mí mismo como un imbécil, mientras Huesitos le daba la vuelta al mantel para hacer una sopa de letras.

Finalmente, un tercer camarero (¡¿pero cuántos hay?!) nos sirve la comida. Y es aquí, ¡oh atenienses!, cuando se inicia la serie de desmanes que te puede amargar una cena. Apenas das un bocado, ya tienes a un espíritu encima diciéndote "¿todo bien? ¿todo bien?". Y uno, que es educado, trata de engullir primero para poder responder sin tener la boca llena de comida. Menudo estrés, demonios.

Las visitas de los raudos espíritus a la mesa son muchísimas, algunas con intención de concederle una nueva Pepsi Light a Huesitos y otras simplemente por cumplir. No es raro que una silueta pase corriendo a tu lado espetando "¡todo bien!", sin detenerse ni siquiera mirarnos. El tránsito de los camareros es tan denso que a veces tropiezan unos con otros. La centinela de la puerta, además, lanza furtivas miradas por si detecta alguna mesa libre.

Huesitos, que ni tiene vergüenza ni la conoce, le ha pedido ya su jodida Pepsi Light a tres personas distintas. "¡A ver quién me la trae antes!", exclama con la ilusión de un niño de seis años adicto a las anfetaminas. A lo largo de la cena, un litro de Pepsi ha pasado por el gaznate del pobre desgraciado. "Así amortizo el precio de la bebida", explica. ¿No sería mejor que los refrescos costasen tres veces menos? Hay que ver lo que hace la gente cuando hay 'barra libre'.

"¿Todo bien? ¿Todo bien?" "Pues mire, garçon, todo bien no, esto pica mucho",  advierte mi compañero. "¿El qué pica? ¿La ensalada?" "No, mis pelotas". Hahahaha, ¡cien puntos para Huesitos! La cara de palurdo que se le ha quedado al camarero es digna de ser inmortalizada.

Conforme pasan los minutos, los vistazos de la centinela se intensifican. Parece Terminator escaneándolo todo. Ahí estamos, esperando a que se enfríen nuestros tés y siendo objeto de las miradas asesinas del personal del restaurante. "¿Os han comentado lo de la promoción Fosterianos?". Rayos y centellas, mala peste bubónica se te lleve por delante. Una vez abonada la cuenta, les falta poco para echarnos a patadas.

Afuera la luz del día nos ciega, y a tientas nos alejamos del lugar, perdiéndonos en el horizonte.

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