lunes, 29 de agosto de 2011

Un traje para cada ocasión

Hace unos días tuvo lugar el sorteo de la fase de grupos de la Liga de Campeones. Durante la pomposa ceremonia destacó por su indumentaria el jugador del Barcelona F.C. Carles Puyol. Puyol, que vestía “de manera informal”, ha sido criticado desde algunos medios de comunicación y foros de Internet por desentonar con sus esmoquinados acompañantes.



Pero bueno, hermanos, ¿desde cuándo se juzga a una persona por la vestimenta que porta? Desgraciadamente, desde hace muchos siglos. No nos remontaremos a los tiempos prehistóricos en los que Santiago Carrillo alimentaba una vocación genocida matando caracoles con tirachinas, pero podemos afirmar que en el antiguo Egipto, en la Grecia Clásica, en la Edad Media, etc., la indumentaria de la gente se adecuaba a su estamento social y al gremio al que pertenecía.

jueves, 25 de agosto de 2011

Desde lo alto...

Hermanos, hoy haré mención a una corriente de comportamiento que estuvo en boga hace unos siglos: el estilitismo. El estilitismo, término que procede del griego 'stylos', columna, es una variante de ermitismo según la cual el ermitaño vive sobre una columna.

Quizá el estilita más célebre fue San Simeón (390-459), quien decidió trasladar su morada a lo alto de una columna hasta el final de sus días, 37 años después. Este hombre buscó primero la paz en un monasterio, pero debido a sus medidas exageradamente rigurosas de sacrificio (ayunos de cuarenta días, cilicio, etc.), le dieron puerta para que sus compañeros no imitasen su insana conducta. Posteriormente intentó encadenarse a una cueva en el desierto para buscar tranquilidad en su vida de oración y sacrificio, pero la constante visita de peregrinos impidió la consecución de sus objetivos. De modo que, finalmente, se subió a una columna.

lunes, 1 de agosto de 2011

Escena VI: El batido de plutonio

Un estruendoso y salvaje eructo me abduce de raíz del fantasioso mundo de los sueños. La sinfonía procede de la calle, de modo que me asomo a la ventana para descubrir la identidad del intérprete. A la luz de la pálida Selene, vislumbro a un individuo desvergonzado orinando en la pared del edificio de enfrente. Un segundo regüeldo, éste menos escandaloso, vale decir estertóreo, supone el punto final a la excreción de sus líquidos en la vía pública. Ante semejante ignominia no puedo hacer menos que pensar en arrojarle el cuadro que preside mi habitación, que por cierto no alberga fotografía ni dibujo alguno, sino que está vacío. Desgraciadamente, mi lanzamiento se produce con tan poca técnica que el cuadro se me escurre entre los dedos, cae al suelo y el cristal se hace añicos. Mis pies desnudos pisan los punzantes fragmentos, y no puedo evitar dar pequeños saltos de dolor que dañan aún más mis extremidades inferiores. Para cuando logro salir de ese atolladero, mis delicadas bases no son sino masas sanguinolentas. Intento reparar los daños aplicándome unas curas básicas.

Poco queda para el amanecer, y debido a mi carácter noctívago no puedo evitar salir de mi casa para recorrer la localidad, no sin antes vestirme con mi indumentaria de astrónomo. Las heridas me molestan en gran medida, pero yo marcho con paso decidido, casi furioso, y procuro despejar mi mente del dolor corporal.