sábado, 10 de enero de 2015

Fanatismo y religión

Cada vez que el fundamentalismo islámico protagoniza un nuevo episodio de barbarie, las redes sociales digitales se saturan de comentarios que atribuyen a las religiones una naturaleza malévola, y destructiva. "Las religiones matan" y "el ateísmo nunca ha matado" son dos frases muy recurrentes en estos casos. Una contradicción bastante absurda, dado que el ateísmo es una religión, aunque ése es un tema que no voy a tratar hoy.

La gente que expresa estas opiniones sufre de una extraña desconexión de la realidad. No distingue entre fanatismo o religión, ni parece darse cuenta de que el fanatismo es la defensa a ultranza de unas ideas y unos valores determinados, y por lo tanto puede afectar también a ámbitos como la política o el deporte. ¿Acaso no hay bandas urbanas con una ideología radical que se lían a guantazos cada dos por tres? ¿No hay enfrentamientos entre aficionados de fútbol?

El fanatismo es una demencia que se extiende a los admiradores de cantantes, estrellas de cine o creaciones literarias. La violencia verbal entre partidarios y detractores está a la orden del día, aunque este fenómeno suele observarse con indulgencia y hasta con sorna.

Los fanáticos, por otra parte, no es que tengan muy claras las ideas que defienden. Actúan por inercia, como autómatas. Les han inculcado unos códigos en sus mentes y cualquier atisbo de debate o razonamiento desencadena una respuesta violenta. La reflexión o el replanteamiento están considerados como faltas o debilidades.

"El ateísmo no ha causado ni una víctima en toda su historia", sentencian quienes pasan por alto, quizá por ignorancia o quizá por conveniencia, la imposición del ateísmo en los países comunistas. Ha habido una ingente cantidad de personas perseguidas, torturadas y asesinadas por su resistencia a abandonar sus credos y a aceptar dogmas como que no hay dioses o que no hay vida después de la muerte.

Estaría bien que la gente hiciera el pequeño esfuerzo de pensar antes de ejercer de eco de frases manidas y aborregadas. El colmo del asunto es que se las dan de racionalistas y presumen de superioridad moral. Qué manera de hacer el ridículo.

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