domingo, 15 de diciembre de 2013

Maldita poesía

A mucha gente le gusta la poesía, aunque a veces no la entiendan. Entschuldigung? Pues así es, tú vas juntando palabrejas que riman sin orden ni concierto y lo mismo vas provocando el deleite de esas muchachas iletradas que suspiran cada vez que ven por televisión un anuncio de Nespresso ("es Yor Cluni, ohhhhh…").

Muchas veces los poemas son huecos y aburridos. Ni se narran hechos interesantes ni se describe nada anodino. Pastorcillos y serranos van y vienen en jornadas rutinarias. "Pero es que la poesía trata de eso, de encontrar la belleza en las cosas del día a día". Anda, no me vengas con cuentos, eso lo puede hacer cualquiera. Estoy del bucolismo hasta la pituitaria.

Voy a presentar un par de ejemplos de autores consagrados para ilustrar mi perspectiva. Empecemos con un poema de Antonio Machado.

Campo

La tarde está muriendo
como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes,
quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco
hace llorar de lástima.
¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!
¿Lloras?… Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda. 


Todo muy bonito, ¿y? Una persona va caminando por el campo al atardecer y se encuentra un árbol partido al lado del camino. Hasta ahí, ningún interés. Los dos últimos versos te hacen pensar… ¿y eso a qué #%&$ viene? Si al menos el protagonista hubiese sido abducido por extraterrestres o algo… No estoy diciendo que todos los poemas de Machado sean una porquería, simplemente he puesto éste en representación de muchísimos otros autores.

Vamos ahora con un texto de Rafael Alberti.

Amaranta

Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados,
pórticos de limones, desviados
por el canal que asciende a tu garganta.

Rojo, un puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.

La soledad, dormida en la espesura,
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.

Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura,
entre Amaranta y su amado se tiende.


¿Quéééééé? Aquí no se sabe si se está describiendo un coito (real o ficticio) o una operación de Jack el Destripador. Las metáforas y el resto de figuras retóricas están muy bien, pero tantos rodeos sobran para explicar guarrerías. Además, ¿a quién se le ocurre explicar guarrerías?

Mi rechazo a la poesía y a la lírica por extensión ha sido siempre muy intenso. A consecuencia de ello, cuando me topo con algún texto de esta clase que me gusta, es para mí una grata sorpresa. Recientemente he dado con este texto de José María Gabriel y Galán (1879-1905). Aunque largo, su lectura bien merece el esfuerzo. El principio puede parecer ñoño y tópico pero bruscamente empiezan las risas:

La cabrerilla de Casablanca

No fue una reina
de las Españas,
fue la alegría
de la majada. 

Trece años cumple
para las pascuas 
la cabrerilla
de Casablanca.

Su pobre madre
sola la manda
todas las tardes
a la majada.

Lleva ropillas,
lleva viandas,
y trae jugosa
leche de cabra.

Vuelve de noche
porque es muy larga, 
porque es muy dura 
la caminata. 

¡Que miedo lleva!
Pero lo espanta
con el sonido
de sus tonadas.

Canta con miedo,
con miedo canta. 
¡Son tan profundas
las hondonadas 
y tan espesas 
todas las matas! 

¡Son tan horribles 
las noches malas 
cuando herrabundan 
aullando vagan 
lobas paridas 
por las cañadas 
con unos ojos 
como las brasa! 

¡Son tan medrosas 
las noches claras 
cuando en los charcos 
cantan las ranas, 
cuando los búhos 
ocultos graznan, 
cuando hacen sombras 
todas las matas 
y se menean 
todas las ramas!

Los viejos hombres 
de la majada 
la quieren mucho 
porque es tan guapa, 
porque es tan buena, 
porque es tan sabia. 

Pero un despierto 
zagal de cabras, 
que cumple trece 
para las pascuas, 
no sé con ella 
lo que le pasa 
que algunas veces, 
al contemplarla 
se pone trémula 
su cara pálida 
y entre sus párpados 
tiemblan dos lágrimas. 

Nadie ha sabido
que le regala 
dijes y cruces 
de Alcaravaca 
de bien pulido 
cuerno de cabra. 

Cuando ella viene 
con las viandas 
¡le da más gusto!… 
¡le da más ansia,
le da más pena cuando se marcha!… 

Como que toda 
la noche pasa 
llorando quedo 
sobre la manta 
sin que lo sepan 
en la majada. 

¡Ay pobre madre, 
cómo gritaba,
despavorida, desmelanada. 

¡Ay los cabreros 
cómo lloraban, 
apostrofando, 
ciegos de rabia! 

¡Cómo corrian 
y golpeaban,
con los cayados, 
peñas y matas! 

¡Y eran muy pocas 
todas las lágrimas
que de los ojos
se derrumbaran!

Y eran pequeñas
todas las ansias
y las torturas
de las entrañas!

¿Quién nunca ha visto
desdicha tanta?
¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos
¡ay, devorada!

Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
¡la virgencita,
desbaratada!

Todo en pedazos
sobre la grava;
los huesecitos
que blanqueaban,
la cabellera
presa en las matas,
rota en mechones
y ensangrentada.

Los zapatitos,
las pobres sayas,
todas revueltas
y desgarradas!…

Loca la madre,
que miedo daba,
de ver los rayos
de sus miradas, 
de oír los timbres
de sus palabras,
y el cabrerillo
de la majada
mudo y atónito
temiendo estaba
con los ojazos
llenos de lágrimas,
 despavorido
como zorzala
de un aguilucho
preso en sus garras.

¿Cómo los arboles
no se desgajan?
¿Cómo las peñas
no se esquebrajan
y no se enturbian
las fuentes claras
y no ennegrecen
las nubes blancas?

Ya vienen hombres
con unas andas,
con unos paños,
con unas sábanas.
 Los despojitos
en ellas guardan
y se los llevan
a Casablanca.

Y el cabrerillo,
nadie lo llama,
pero él camina
tras de las andas
mirando a todos
con la mirada
de herido pájaro
que en torno vaga
de los verdugos
que le arrebatan
el dulce nido
donde habitaba.

¡Ay virgencita
de Casablanca!
¡Ay cabrerillo
de la majada!
Su padre silba,
su padre llama
porque el muchacho
deja las cabras
junto a las siembras
abandonadas,
y en los jarales
oculto pasa
tardes enteras,
largas mañanas…

¿Qué es lo que hace?
¿Por qué se guarda?
Pues es que a solas
las horas pasa,
pule que pule,
taja que taja,
llora que llora,
ciego de lágrimas,
que dos veneras
finas prepara
de bien pulido
cuerno de cabra,
porque una noche
quiere llevarlas
al camposanto
de Casablanca.

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