martes, 20 de mayo de 2014

Una boñiga premonitoria

Asentado en mi trono de porcelana, agonizo mientras expulso hasta el alma vía rectal. Mis tripas emiten quejidos pavorosos, eructo como un sapo alcoholizado y una hoguera de creciente fuerza me abrasa el interior de mi torso. Hoy he comido en un restaurante chino, y la naturaleza no perdona.

No me detendré en exponer los motivos que me condujeron a cometer tal barbarie sin firmar un seguro de vida, sino más bien de la experiencia en sí misma. Mientras abono el foso de Chand Baori con el fruto de mi vientre, os relato la vivencia.

De esta guisa se presenta la comida china.


Ciertamente el día no iba a transcurrir con normalidad cuando lo primero que veo al salir de mi morada es una estampa punto menos que dantesca. Se desliza hacia un lado la puerta del ascensor y en su interior me encuentro a una tipa con una bolsa en la mano recogiendo el zurullo que su perro ha depositado en el suelo. Afortunadamente, mi edificio cuenta con dos elevadores.

Horas más tarde, mi persona se hallaba en la entrada de un restaurante chino de cierto prestigio. Éramos muchos comensales, entre ellos Huesitos y yo. Un camarero con el pelo levantado cual personaje dopado de Bola de Dragón nos incitaba a ocupar una mesa de una vez, pues no podía esperar porque se podía llenar todo. El muy estúpido y grosero maldijo durante diez minutos hasta que todos acudieron a la cita.

En este ínterin Huesitos se hizo con un folleto en el que se enumeraban los más de cien platos del restaurante. Para mí horror, mi demacrado acompañante señaló delicias tales como orejas, rabo y lengua de varios animales, ranas, caracoles y otras alimañas por el estilo. Un individuo comentó que también servían patas de gallo, pulmones de nosequé y sangre cuajada. Mi estómago se retorcía como un volcán a punto de arrojar lava hacia arriba.

Huesitos, intentando ventilar el ambiente tras aventarse un cuesco.


Por fin tomamos asiento alrededor de una gran mesa redonda que tenía la particularidad de tener instalada una plataforma redonda y giratoria de vidrio en el centro. Junto al plato, un papel envolviendo los archiconocidos palillos de madera. Tres dibujos cutres y en inglés explicaban el modo de uso de semejante herramienta, y mientras pedíamos la bebida me puse a practicar. Yo solicité agua, al tiempo que Huesitos apostó por la Coca-Cola Light. "La línea, la línea", me explicaba por enésima vez con una sonrisa en la que mostraba todos sus dientes.

Algún alma bondadosa se encargó se señalar una docena de platos en principio cristianos. Nada de criaturas innobles y de partes todavía más innobles. Yo me divertía viendo cómo la bebida carbonatada de Huesitos salpicaba todo el suelo tras colarse entre sus vértebras.

Diversos platos fueron posados sobre la superficie de vidrio, y en ellos se advertían cosas troceadas de imposible identificación. Unas salsas rojas o marrones acompañaban casi todos los alimentos. Un par de torpes tentativas con el arroz tres delicias bastaron para que la mayoría de comensales nos resignáramos a pedir tenedores. ¿Por qué no colocan cubiertos occidentales de inicio junto a los palillos? ¿Acaso se regocijan humillando a la clientela?

La rueda de la mesa iba que volaba, parecía la del idiotizante concurso de las mañanas de Antena 3. Yo aguardaba a que algún valiente degustara un plato y explicase de qué se trataba. Fui así codeándome con pato, tofu, setas, berenjenas y otros productos comestibles. Se planteó un debate en la mesa sobre la procedencia de cierta carne. Unos decían "pollo", otros "pavo" y Huesitos "gato". Una consulta con el 'garçon' que nos atendía arrojó luz sobre el misterio: la susodicha carne era una mezcla de cerdo, leche, yuca y algo más.

Se ve que lo trocean y pulverizan todo y luego lo ensamblan sin que se note el conglomerado. Espero no haberme tragado los sesos de ningún cliente insatisfecho camuflados en forma de verduras calientes y crujientes que sabían a diablos.

Tras una decena de platos servidos, los camareros se afanaban por retirarlo todo. Sus manos diestras estaban enfundadas en un guante de látex, una estrategia muy acertada dada la tendencia de las salsas a llenarlo todo de mierda.

Tras unas... porciones de rodajas de sandía a modo de postre (qué tacaños), nos deleitaron con un té chino. Las tazas no tenían asas, así que hubo que esperar a que se enfriaran porque no había Targaryen que no se quemara las manos al tratar de sujetarlas. La susodicha infusión parecía un té verde clásico pero con menos sabor y más espeso. ¿Orina? Quién sabe.

Me permití la libertad de hurtar los palillos con gran disimulo y desvergüenza. Retiré la tapa del cráneo de Huesitos y los guardé dentro. Mi destreza en el combate había quedado en entredicho, así que juré practicar en casa hasta poder comerme un yogur con esos chismes. Y si no lo consigo, siempre puedo tocar el tambor.

Pero, ¡ay!, cuando me levanté de la silla percibí que el viejo e impasible Weinor había sufrido un atentado biológico. Mi vientre ardía y me suplicaba ser evacuado. Claramente había roto aguas. Mi retirada a casa me permitió despacharme a gusto, y en ésas estoy, fabricando unas croquetas amarillas sospechosamente similares a las que había ingerido una hora antes.

Qué peligrosa es la comida china y qué delicado es mi sistema digestivo. Me despido por hoy, convaleciente y envuelto en un perfume embriagador.

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