viernes, 14 de enero de 2011

La venganza tardía

Hermanos, recientemente tuve conocimiento de un episodio, que, aunque atávico, no deja de estar de actualidad. Mi abuela, ese ser travieso aunque muy honrado, me relató las fechorías de un bellaco cuyas siglas responden a F.G., sin duda uno de los personajes más abyectos del municipio que me vio dar los primeros pasos y plantar los primeros pinos.

El tal F.G. era uno de esos pseudointelectuales valencianos de hace unas décadas que escribía en un pulcro catalán mientras osaba despreciar las composiciones de otros compañeros ilustrados que hacían lo propio pero en valenciano, esa lengua de espíritu libre que carecía de una ortografía y una gramática pero contenía alma propia. El caso es que el tal G. se las daba de erudito mientras se burlaba cual merluza rebozada de los auténticos artistas a la sazón, aquellos que los críticos literarios no se han molestado en leer y que hoy permanecen en el olvido.

Haremos un intermedio para contemplar al auténtico valenciano no en cautividad, en ese zoológico abigarrado que dirige la hipócrita Academia de la lengua valenciana, sino en libertad:


Qué grandeza. Qué solemnidad. Qué discurso más sublime y estiloso ("¡Carril!"). Aquellos eran buenos tiempos.

Pero bueno, reanudemos el relato de la tragedia. La guinda del pastel no podría ser más amarga: a ese zorro presuntuoso y traidor le dedicaron el instituto de la localidad, en el que por cierto estudié dos cursos. Quizá la caterva de retrasados mentales que conforma el cuerpo docente del centro reproduzca una buena muestra de justicia poética, ésa que impide que los inmundos infraseres como el cabeza de chorlito del que hablo en esta entrada.

Hermanos, aunque han pasado varios decenios siento que una deuda se ha solventado.

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