martes, 26 de enero de 2010

Escena IV: El Bosque (4.ª parte)

-Ahora es tu turno, bastardo -sentencia, blandiendo su sangrante arma en dirección a Dante.
Los cinco exploradores del inodoro permanecen estupefactos ante el cruel destino que les espera. El enano demente agita su hacha oxidada mientras se afana en recordar algún acertijo. El tremendo esfuerzo mental que está realizando provoca que en su rostro se observen las mismas facciones que cuando tú vas a cagar estando estreñido. Ante tan dantesca (nunca mejor dicho) situación, a Dante Alighieri le tiemblan las piernas.



Finalmente, Pipino habla:
-Ya tengo uno -no especifica si se refiere a un acertijo o a un mojón que se le ha salido-. ¿Por qué las ciruelas negras cuando están verdes son rojas?
Ante tan farragoso enigma, la mente del poeta italiano no cesa de buscar la mente en oraciones, poemas y recitaciones teatrales del populacho. Desgraciadamente para él y por fortuna para la Humanidad, sólo dispone de sesenta segundos. El sudor asoma en su frente, remarcando la cara de imbécil que tiene.
Una vez finalizado el lapso de tiempo, Dante se la juega:
-La respuesta... el viento se la llevó.
Tras unos segundos de reflexión, el enano reacciona:
-Maldito puerco, si algún ente puede semejarse a ti, ése es el mojón. Tu vida es una constante de cagadas, la primera de las cuales fue haber nacido; desde ese fatídico instante, has contaminado la faz de la Tierra con tu mugrienta podredumbre. Pero eso se acabó, patán.
Apenado y lloroso, el poeta acierta a decir su última y pedante frase:
-Verdaderamente, en la herrumbrosa puerta de El Bosque debieran figurar las siguientes palabras: "Perded cuantos entráis toda esperanza".
No había terminado de pronunciar el último vocablo cuando Pipino se alza cual yonki que huele una farmacia y le cercena limpiamente la testa. D.E.P. (Dante Eres Pedante).

Ni cortos ni perezosos, los otros cuatro toman una decisión que marcará el resto de sus apestosas vidas: Bruce Lee y Nietzsche comienzan a correr en una dirección y el Dr. Lawrence y el Sgt. Hartman en la opuesta.
Tras veinte minutos de correteos desesperados, el Dr. Lawrence está absolutamente rendido. Preocupado por la seguridad de su queridísimo compañero, el Sargento intenta animarle con amabilidad:
-¿Qué te pasa, saco de mierda? ¿Por qué no buscas a alguien que te entierre? La única razón por la que sigues en este mundo es que Dios no pasa lista. ¡Te han tomado el pelo!
Ante estas muestras de cariño y atención, el científico se levanta del suelo. Con la prudencia que le caracteriza, exclama entre jadeos:
-No deberíamos seguir el camino. Adentrémonos entre los árboles.
Y así lo hacen.

Mientras tanto, Bruce Lee lleva sobre sus hombros a Friedrich Nietzsche. Nuestro bigotudo favorito tiene el cuerpo muy descuidado, y sólo la bondad oriental le ha permitido salvar el culo. Tras más de media hora de trote entre la Madre Naturaleza, Bruce hace un alto.
-Mi estimado Confucio -dice el alemán, siempre dándoselas de sabio-, ¿has reparado alguna vez en que este mundo podría ser el infierno de otro mundo? No, claro que no lo has hecho. Sólo eres un chinaca que sabe hacer volantines.
Desgraciadamente, Lee no entiende las palabras del filósofo y no puede propinarle la paliza que estás deseando que le propine.

El Dr. Lawrence no da crédito a lo que ven sus gafas: ante él se halla un ser mitad hombre, mitad caballo, esto es, un centauro. Por su parte, el Sgt. Hartman está orinando detrás de un árbol.



CONTINUARÁ

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