jueves, 21 de enero de 2010

Escena IV: El Bosque (3.ª parte)

El viento, violento por naturaleza, sacude a los árboles, los gigantes de El Bosque. A sus pies, el Dr. Lawrence, Dante, Bruce Lee, el Sgt. Hartman y Friedrich Nietzsche siguen a Kalur Ubsen, licenciado "post mortem" en Turismo y Jardinería. La compañía lleva caminando unos noventa minutos, y para entonces ya se han formado grupitos. Al frente, el guía bizco y vagabundo Kalur Ubsen; inmediatamente después, Bruce Lee, seguido a corta distancia y con gran desconfianza por el Sargento Hartman; unos metros detrás, el Dr. Lawrence y Dante conversan sobre ciencia, tecnología y béisbol:
-¿Cree usted -interroga el poeta- que la solución a los agujeros negros está en el Fairy?
-Ciertamente -responde el Dr.-, la mayoría de la gente esconde su mierda debajo de la alfombra. Sin embargo, una minoría es partidaria del zurullo cósmico.
Bastante retrasado, el pobre Federico se arrastra como puede. Al final, el abuso de la piña colada siempre pasa factura.

Mas, de pronto, un terrorífico alarido recorre El Bosque.
-¿Qué ha sido eso? -se preguntan los intrépidos exploradores.
Pero el berrido no vuelve a sonar.
-Esto me recuerda a una hipótesis que desarrollé durante mi estancia en el psquiátrico -dice Niche, siempre tan oportuno-. Ella se basa en la siguiente cuestión: ¿Un esquizofrénico paranoico tiene miedo de estar persiguiéndose? Curioso planteamiento, ¿no les parece?
Lejos de escuchar el exordio de este pobre enajenado con afición a los cámpings en el cementerio, sus acompañantes avanzan en dirección a el origen del agónico lamento. Cuál es su sorpresa al observar, mientras estaban ocultos tras unos arbustos, a un enano. El personaje en cuestión estaba recostado en la hierba, y en sus manos portaba un ukelele, el instrumento musical por excelencia. Según pudieron advertir los miembros de la expedición, canturreaba los versos de alguna canción:

Más allá del bien y el mal
mora un ser, un ser sin par.
Maldice, ofende sin cesar
al pobre gato del arrabal,
desamparado, sin seguridad social.

Al escuchar semejante mamarrachada, Nietzsche estalla de alegría:
-¡Es el Übermensch! ¡Él ha matado a Dios! ¡Es el resultado de la metamorfosis!
Obviamente, los gritos del bigotudo alarman al enano, quien descubre a la compañía dirigida por Ubsen entre los matorrales.
-Vaya, vaya. De modo que tenemos huéspedes. ¿Quién osa perturbar mi apacible cantar?

Los compañeros de expedición se miran unos a otros, sin saber qué decir. Son conscientes de que su presencia en un lugar tan hostil y misterioso como El Bosque no es bien recibida, y debido a la incontinencia de Don Bigotitos su vida está en peligro.
-¿No dicen nada? -pregunta el enano-. Pues entonces hablaré yo. Soy Pipino, y habito este lar desde antiguo. He visto crecer muchos árboles, nacer a muchos pájaros, y cagar a muchos calamares. Os propondré un acertijo a cada uno. Si lo acertáis en menos de un minuto, os permitiré marcharos. Pero ¡ay si no dáis con la solución, cabrones! Entonces os separaré la cabeza del cuerpo con mi poderosa hacha.
Dicho esto, Pipino recoge su viejuna hacha y amenaza a los presentes con ella.
-Bien, empezaremos contigo, caraculo -le dice a Kalur Ubsen-. La adivinanza es la siguiente: "Cuando me siento me estiro, cuando me paro me encojo. Entro al fuego y no me quemo, entro al agua y no me mojo. ¿Quién soy?"

Tras estrujarse la polvorienta sesera durante unos 20 segundos, el pobre mendigo llega a la conclusión de que tiene menos probabilidades de acertar que de cagar oro. Entonces su vida empieza a pasarle por delante de sus ojos, a modo de película. Una y otra vez revive los hechos de su penosa existencia: las palizas que recibió, sus prácticas zoofílicas con el perro del hortelano, la frase más bonita que le dirigió nunca una mujer, en este caso su madre ("Por ser tú, serán sólo 50"). Transcurrido ese lapso de 40 segundos que restaban para la culminación del periodo de tiempo preestablecido en aras de la paz mundial y la salsa de barbacoa, Ubsen apenas acierta a murmurar:
-Eeeeh... ¿el azafrán?
Raudo como un rayo y ágil como un cadáver, el enano se eleva de un poderoso salto y rebana la cabeza a Kalur con su hacha. Los clientes quedan estupefactos, aunque en su interior Bruce Lee se alegra de no tener que abonar el coste de la visita guiada.
-Ahora es tu turno, bastardo -sentencia, blandiendo su sangrante arma en dirección a Dante.



CONTINUARÁ

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