martes, 20 de octubre de 2009

Descanse en paz, maestro

Hermanos, estos días me hallo especialmente consternado por la ascensión al Paraíso de una de las magnas figuras de nuestro tiempo. Me refiero, como todos sabréis, a Andrés Montes, hijo de Arathorn, hijo de Arador, heredero al trono de Isildur, hijo de Elendil, muerto en batalla por Sauron. Pues bien, la defunción de este Señor de los Jugones me ha hecho reflexionar sobre un tema peculiar: los ángeles.



Ciertos ángeles, a mi modo de ver, son menos comunes de lo que algunos creen y más habituales de lo que muchos piensan. Montes era, claramente, uno de esos ángeles. La mayoría de ángeles que yo conozco o al menos he distinguido presentan varios rasgos que permiten su reconocimiento, aunque pueden prescindir de alguno de ellos. En primer lugar, estos seres presentan un físico poco usual que los hace característicos. Andrés Montes es un claro ejemplo de ello: su baja estatura, su robustez, su calva, sus gafas... lo convierten en inolvidable.

En segundo lugar, los ángeles presentan ciertas excentricidades, que son poco menos que cómicas. Así, Andrés llevaba puesta siempre una pajarita, prenda que siempre detesté y consideré estúpida hasta vérsela puesta a él.

Finalmente, lo más importante de los ángeles son los valores que transmiten. Todos recordaremos las colosales ganas de vivir que se observaban en cualquiera de sus retransmisiones deportivas. Frases ``vitalistas´´ (no en el sentido filosófico, perdóname Nietzsche) como su célebre''La vida puede ser maravillosa'', que él repetía hasta la saciedad y de hecho fue la última que pronunció en su más reciente locución, ponen de relieve la energía vital que Montes poseía. De hecho, esta energía ha perdurado más allá de su fallecimiento. Durante estos días me he dado cuenta de una cosa: cuando yo seguía una retransmisión deportiva narrada por este señor, lo hacía fundamentalmente por sus comentarios.



Una vez expuesto este pensamiento, procederé a la reflexión del día. ¿Cuántos ángeles hay a nuestro alrededor? ¿Los hemos reconocido? ¿Percibimos su sano influjo? Pensad en eso mientras el Señor de los Jugones sube a la azotea en el ascensor de Caronte, con un Powerade en la mano. Amén

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